Si durante la Guerra Civil Española Chaves Nogales flirteó, como otros frente populistas con el PCE, en La agonía de Francia sitúa al PCE un grado de traición por debajo, solo un grado, respecto a los colaboracionista franceses y de los entreguistas que apoyaron la subida de Petain. No en vano comienza esta crónica con la detención petainista de Georges Mandel, aquel Ministro del Interior de origen hebreo que fue entregado a los alemanes por el nuevo gobierno para ir congraciándose con el enemigo. Los izquierdistas galos que leyeron los acuerdos “Ribentrop-Molotov” sufrieron una crisis de conciencia que les llevó, muchas veces, a romper con el PCF y, por el contrario, quienes se mantuvieron obedientes a la disciplina de partido, difundieron entre los soldados unas consignas que no podrían servir mejor a la claudicación nacional que las ideadas por Herr Abetz, el cerebro del quintacolumnismo alemán en París. Tal es una de las tesis, repetida de diversas formas y modos por el autor de esta crónica histórico-periodística.
Aquel ejército francés de tres millones de hombres que se rindió casi sin luchar no se descompuso repentinamente. Estaba podrido a los pocos meses de la movilización. Las divisiones internas de una sociedad que había asistido a dos revoluciones abortadas, la de la Ligas derechistas de 1934 y la frente populista de 1936, hacía que la la fractura entre los soldados movilizados fueran mayor o igual que la que existía en la sociedad española de la misma época, Si en Francia no se habían despedazado a tiros era porque la gendarmería conservaba su eficacia y su unidad, y por unos ciertos hábitos de civismo todavía superiores a los hispanos.
La tesis de Chaves es que eran muy pocos los que estaban dispuestos a morir por salvar un sistema que les parecía inoperante y corrupto. La oficialidad colonial, de inclinaciones totalitarias y racistas, trataba a los abogados, a los obreros y a los comerciantes como si fueran senegaleses o malgaches. Los hombres se aburrieron infinitamente en la larga inactividad invernal de 1940 mientras el enemigo afilaba sus armas. El Estado Mayor, con una guerra de retraso, estaba paralizado en la creencia de que la Línea Maginot era infranqueable. Los empresarios, que se habían visto obligados a conceder la semana de 40 horas y las vacaciones pagadas, simpatizaban con el fascismo y la intelectualidad era el menos dispuesto a la lucha de todos los grupos sociales. Cito una palabras apodícticas del propio Chaves:
“ A la pregunta de Charles Péguy [en 1914] “¿Qué es lo que tenemos que salvar?”, había respondido Jean-Pierre Maxence en la siguiente generación diciendo “ No tenemos mas que salvarnos a nosotros mismos”. Y añadía. “Nadie sino los mediocres está satisfecho del mundo presente. Entre ese mundo y nosotros, uno de los dos tiene que perecer”.
Yo no sé si esa intelectualidad francesa que reaccionaba violenta y desesperadamente contra la decadencia del país y del régimen se considera ahora salvada bajo la protección de la Gestapo, pero lo indudable es que al Francia que estúpidamente condenaron a perecer ha perecido real y verdaderamente.” (página 93)
Escrito con lucidez y serenidad en medio de la amargura del segundo exilio (Chaves se escapó en un contratorpedero británico) el libro La agonía de Francia es un testimonio de primera mano de cómo se suicida espiritual y moralmente una nación. Algo que los que navegamos por las turbias aguas de la actualidad necesitamos conocer.
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