Con Luis Rosales sucede un poco lo que al inefable Recienvenido de Macedonio Fernández: Una tarde descubrió que compartía el día de su cumpleaños con la mamá de un amigo; y desde entonces supo la razón por la que siempre le había parecido tan estrecho ese día (que se empeñaba en repetir año tras año, sin escarmentar – y que, a pesar de haberlo repetido cincuenta y tres veces, podía celebrarlo con los ojos cerrados-). Desde ese año, le parecía todavía más angosto. Sobretodo, cuando se comparaba con los amigos que disponían de un día de cumpleaños entero para ellos. El el caso de Luis Rosales eso se aplica al año de nacimiento. Uno de sus principales errores de ese poeta, que nunca se equivocó “sino el las cosas que que él más quería” (según confiesa en la “Autobiografía “ que da paso a las Rimas); es haber elegido para nacer el mismo año que Miguel Hernández. Basta echar un vistazo al escaparate de cualquier librería para constatar que el alicantino, tísico y bronco, se le ha comido el centenario, tal vez para resarcirse del hambre que pasó en 1942, o por la costumbre chotuna de comer lo que se ponga por delante. Luís Rosales para poder disfrutar de un centenario equitativamente compartido, tendría que haber nacido el mismo año que Gabriel Miró o que Armando Palacio Valdés, por lo menos.
Ayer dos de sus hijos adoptivos -y antiguos empleados suyos en el Instituto de Cultura Hispánica- Antonio Hernández y Félix Grande le rindieron un homenaje en mi ciudad de Guadalajara con plana mayor del "barredismo lactante" y con los principales beneficiados de la Central Nuclear de Trillo asistiendo en primera fila. El acto me gustó. Antonio Hernández, con su voz cascada y estomacal, nos hizo descubrir la gracia de un poemario de Navidad al que los críticos superficiales, entre los que me incluyo, consideran una obra menor. Félix Grande, por su parte, escenificó - ¡qué gran actor ha perdido el mundo, señor Nerón! - una emotiva semblanza de un hombre perseguido por una calumnia: la de haber participado en la muerte de García Lorca. Calumnia obstinada y tenaz, a pesar de la abrumadoras evidencias que la desmienten. La abundante fauna de los calumniadores es reacia a las pruebas documentales y, si se da el caso de verse descubierta, se enfurece y arrecia con mayor acritud en sus ataques.
Mereció la pena haber acudido para ver declamar un mismo poema con dos estilos tan distintos como los de Antonio Hernández y Félix Grande. También mereció la pena descubrir que no he sabido leer a Luis Rosales. Hasta ayer lo veía como un pastelero que amasaba arrobas de harina para sacar una sola galleta que - intuición, imagen o metáfora- mereciera ser contada como poesía. A mi sensibilidad aragonesa, le sobraban muchas frases de La casa encendida. El contenido del corazón, y de Diario de una resurrección. Tantas como faltaban en Canciones, un libro Juan Maireniano que ni era plenamente machadiano, ni era greguería a pesar de lo que parecía prometer la dedicatoria.
Sin embargo, ayer presencié un milagro. Lo obraron Carmen Linares y E. Barragán (el guitarrista) cuando cantaron algunas de las canciones de ese libro. Lo hicieron con soleares, con una petenera y con unas alegrías. Al oírlos así se me hizo evidente algo que supone una seria desventaja para los que no estamos duchos en flamenco: que esos poemas hay que leerlos cantados. Es la voz y sus melismas quienes regularizan la métrica que nos parece imperfecta, quienes dan ritmo a una letra que nos parece coja, quienes intensifican el sentido de los últimos versos que nos parecen pobres. Desde ayer considero el fraseo superabundante como el calentamiento de dedos de una guitarra que se apresta a arrancar en un solo memorable. ¡Que pena que no nos hayan enseñado a cantar este tipo de poemas a en las aulas de la facultad!
Como homenaje al poeta y a su ciudad, como recuerdo de Carmen Linares, dejo en este blog las “Soleares a la ciudad de Granada”, forse, altro canteró con miglior plectro
Si tú quieres
iré a morir en tus brazos
Ciudad de la Buena Muerte.
¿Qué bien te sienta el otoño
con tu tristeza dorada
y el agua buscando novio!
Ya sin sol, casi vacía,
tu muerte se va quedando
dormida
¿Quién te vio y no te recuerda
como una iglesia vacía
donde las palomas vuelan?
Y nadie sabe que tienes
bodas de nieve.
Desde la Alhambra ¿recuerdas?
Ir desuniendo un sonido
total donde cada barrio
pone un sonido distinto.
Plaza de los Lobos
Santa Paula y
un son de campanas
que no he vuelto a oír.
¡Volver de nuevo a la infancia
para subir despacito
por la Cuesta de Maraña!
¡Qué desolación tenía
la campana de La Vela
tocando a niña perdida!
Tan sola, siempre tan sola
y la nieve en la sierra
te está vistiendo de novia.
Ni más ni menos; en cambio
Sevilla sigue viviendo
lo que tú estás recordando.
¡Ay!, si
no voy a Granada
no podré dormir
(Luis Rosales: Canciones)
Ayer dos de sus hijos adoptivos -y antiguos empleados suyos en el Instituto de Cultura Hispánica- Antonio Hernández y Félix Grande le rindieron un homenaje en mi ciudad de Guadalajara con plana mayor del "barredismo lactante" y con los principales beneficiados de la Central Nuclear de Trillo asistiendo en primera fila. El acto me gustó. Antonio Hernández, con su voz cascada y estomacal, nos hizo descubrir la gracia de un poemario de Navidad al que los críticos superficiales, entre los que me incluyo, consideran una obra menor. Félix Grande, por su parte, escenificó - ¡qué gran actor ha perdido el mundo, señor Nerón! - una emotiva semblanza de un hombre perseguido por una calumnia: la de haber participado en la muerte de García Lorca. Calumnia obstinada y tenaz, a pesar de la abrumadoras evidencias que la desmienten. La abundante fauna de los calumniadores es reacia a las pruebas documentales y, si se da el caso de verse descubierta, se enfurece y arrecia con mayor acritud en sus ataques.
Mereció la pena haber acudido para ver declamar un mismo poema con dos estilos tan distintos como los de Antonio Hernández y Félix Grande. También mereció la pena descubrir que no he sabido leer a Luis Rosales. Hasta ayer lo veía como un pastelero que amasaba arrobas de harina para sacar una sola galleta que - intuición, imagen o metáfora- mereciera ser contada como poesía. A mi sensibilidad aragonesa, le sobraban muchas frases de La casa encendida. El contenido del corazón, y de Diario de una resurrección. Tantas como faltaban en Canciones, un libro Juan Maireniano que ni era plenamente machadiano, ni era greguería a pesar de lo que parecía prometer la dedicatoria.
Sin embargo, ayer presencié un milagro. Lo obraron Carmen Linares y E. Barragán (el guitarrista) cuando cantaron algunas de las canciones de ese libro. Lo hicieron con soleares, con una petenera y con unas alegrías. Al oírlos así se me hizo evidente algo que supone una seria desventaja para los que no estamos duchos en flamenco: que esos poemas hay que leerlos cantados. Es la voz y sus melismas quienes regularizan la métrica que nos parece imperfecta, quienes dan ritmo a una letra que nos parece coja, quienes intensifican el sentido de los últimos versos que nos parecen pobres. Desde ayer considero el fraseo superabundante como el calentamiento de dedos de una guitarra que se apresta a arrancar en un solo memorable. ¡Que pena que no nos hayan enseñado a cantar este tipo de poemas a en las aulas de la facultad!
Como homenaje al poeta y a su ciudad, como recuerdo de Carmen Linares, dejo en este blog las “Soleares a la ciudad de Granada”, forse, altro canteró con miglior plectro
Si tú quieres
iré a morir en tus brazos
Ciudad de la Buena Muerte.
¿Qué bien te sienta el otoño
con tu tristeza dorada
y el agua buscando novio!
Ya sin sol, casi vacía,
tu muerte se va quedando
dormida
¿Quién te vio y no te recuerda
como una iglesia vacía
donde las palomas vuelan?
Y nadie sabe que tienes
bodas de nieve.
Desde la Alhambra ¿recuerdas?
Ir desuniendo un sonido
total donde cada barrio
pone un sonido distinto.
Plaza de los Lobos
Santa Paula y
un son de campanas
que no he vuelto a oír.
¡Volver de nuevo a la infancia
para subir despacito
por la Cuesta de Maraña!
¡Qué desolación tenía
la campana de La Vela
tocando a niña perdida!
Tan sola, siempre tan sola
y la nieve en la sierra
te está vistiendo de novia.
Ni más ni menos; en cambio
Sevilla sigue viviendo
lo que tú estás recordando.
¡Ay!, si
no voy a Granada
no podré dormir
(Luis Rosales: Canciones)
Tuve la suerte de estar con él en el año 90. Gran tipo.
ResponderEliminarAbrazos,
L