El instituto en el que trabajo ha tenido la humorada de convocar un congreso de institutos históricos, entendiendo por tales los que fundaron las diputaciones provinciales en el lejano siglo XIX. Eran tiempos en los que el presidente de la diputación era el "Jefe Político Provincial", es decir el Delegado del Gobierno actual; y no un cargo elegido por los diputadetes comarcales. Que tu propio centro convoque un evento así te compromete y te joroba, te compromete porque ¿cómo vas a negarte a preparar una comunicación o una ponencia si te lo pide un compañero con el que te tomas cañas todas las semanas? Te joroba porque no sabes de qué hablar.
En este tipo de congresos los participantes sacan pecho y presumen de que en su centro estudió Gregorio Marañón o Santiago Ramón y Cajal; y como en el Brianda de Mendoza no han estudiado Lope de Vega ni Severo Ochoa (como mucho, estuvo matriculado Clarín, aunque no aparece en las actas de junio), y en el terreno de alcarreños ilustres de la era liberal lo más que llegamos es a un biólogo volakupista, he tenido que ingeniármelas para dar con Eufrasio Alcázar Anguita, quien me ha proporcionado suficiente materia como para hacer una comunicación de diez minutos y luego dedicarme a comer (que es a lo que se va a este tipo de congresos "pedagógicos").
El buen Eufrasio Alcázar era un jienense licenciado en Filosofía y Letras que, fuera de toda lógica, cambió un destino docente en sitio tan agradable como la tacita argéntea, por el áspero poblachón de Arriaca (Guadalajara) en 1928 para ocupar la plaza de profesor de Ayudante de la sección de Letras. Don Eufrasio era profesor excedente de Caligrafía, asignatura a la que los estudiantes del pasado dedicaban muchas horas y que tenía un importante reflejo en la vida comercial.
Actualmente, sólo practican la caligrafía artística los estudiantes de diseño, los raritos y alguna gente deprimida a la que los psiquiatras se la recomiendan por tratarse de una actividad que exige concentración, sosiego y que proporciona pequeñas alegrías siempre estimulantes. Es decir, un camino hacia el zen a través de la caligrafía.
Aquello de Machado "despacito y buena letra / que el hacer las cosas bien / importa más que el hacerlas", ha pasado a la historia como una abstrusa sentencia poco menos que incomprensible para los alumnos de hoy. Como docente, añoro la cuidada letra de las alumnas de no hace muchos años, ya que las tiorras del 2009 (la palabra es de Unamuno) escriben como carboneros achispados. Mi propia grafía, que nunca ha sido muy buena, degenera diariamente por el tecleteo y ratoneo del ordenador y dentro de poco acabaré firmando los cheques con un aspa. Pero me estoy desviando del propósito inicial que no era otro que presentar a E. Alcázar Anguita.
Además de crear unas plantillas para hacer letra gótica, inglesa, bastardilla (o redonda) y diversas modalidades de iniciales ornamentales; este hombre tradujo novelas del francés, escribió romances para la representación teatral ("Evocación de Lope"), una novela local ("Amor en el Infantado") y diversos tratados de peritación caligráfica que fueron utilizados por los peritos calígrafos de las policías judiciales iberoamericanas, así como por quienes trabajaban para los juzgados españoles.
El profesor Alcázar residió en Guadalajara hasta julio de 1936. En esa fecha, la cocinera de la familia, que tenía un novio de la UGT, le avisó de que, por ser persona de misa y orden, estaba en la lista negra de las detenciones que se iban a practicar esa semana. Tras tan instructiva conversación, la familia en pleno tomó "el tren corto de Guadalajara" y se bajó en Atocha para buscar escondite. Nunca regresó a esta ciudad en la que imprimió la mayoría de sus obras.
(Seguiré)
En este tipo de congresos los participantes sacan pecho y presumen de que en su centro estudió Gregorio Marañón o Santiago Ramón y Cajal; y como en el Brianda de Mendoza no han estudiado Lope de Vega ni Severo Ochoa (como mucho, estuvo matriculado Clarín, aunque no aparece en las actas de junio), y en el terreno de alcarreños ilustres de la era liberal lo más que llegamos es a un biólogo volakupista, he tenido que ingeniármelas para dar con Eufrasio Alcázar Anguita, quien me ha proporcionado suficiente materia como para hacer una comunicación de diez minutos y luego dedicarme a comer (que es a lo que se va a este tipo de congresos "pedagógicos").
El buen Eufrasio Alcázar era un jienense licenciado en Filosofía y Letras que, fuera de toda lógica, cambió un destino docente en sitio tan agradable como la tacita argéntea, por el áspero poblachón de Arriaca (Guadalajara) en 1928 para ocupar la plaza de profesor de Ayudante de la sección de Letras. Don Eufrasio era profesor excedente de Caligrafía, asignatura a la que los estudiantes del pasado dedicaban muchas horas y que tenía un importante reflejo en la vida comercial.
Actualmente, sólo practican la caligrafía artística los estudiantes de diseño, los raritos y alguna gente deprimida a la que los psiquiatras se la recomiendan por tratarse de una actividad que exige concentración, sosiego y que proporciona pequeñas alegrías siempre estimulantes. Es decir, un camino hacia el zen a través de la caligrafía.
Aquello de Machado "despacito y buena letra / que el hacer las cosas bien / importa más que el hacerlas", ha pasado a la historia como una abstrusa sentencia poco menos que incomprensible para los alumnos de hoy. Como docente, añoro la cuidada letra de las alumnas de no hace muchos años, ya que las tiorras del 2009 (la palabra es de Unamuno) escriben como carboneros achispados. Mi propia grafía, que nunca ha sido muy buena, degenera diariamente por el tecleteo y ratoneo del ordenador y dentro de poco acabaré firmando los cheques con un aspa. Pero me estoy desviando del propósito inicial que no era otro que presentar a E. Alcázar Anguita.
Además de crear unas plantillas para hacer letra gótica, inglesa, bastardilla (o redonda) y diversas modalidades de iniciales ornamentales; este hombre tradujo novelas del francés, escribió romances para la representación teatral ("Evocación de Lope"), una novela local ("Amor en el Infantado") y diversos tratados de peritación caligráfica que fueron utilizados por los peritos calígrafos de las policías judiciales iberoamericanas, así como por quienes trabajaban para los juzgados españoles.
El profesor Alcázar residió en Guadalajara hasta julio de 1936. En esa fecha, la cocinera de la familia, que tenía un novio de la UGT, le avisó de que, por ser persona de misa y orden, estaba en la lista negra de las detenciones que se iban a practicar esa semana. Tras tan instructiva conversación, la familia en pleno tomó "el tren corto de Guadalajara" y se bajó en Atocha para buscar escondite. Nunca regresó a esta ciudad en la que imprimió la mayoría de sus obras.
(Seguiré)
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