viernes, 19 de junio de 2009

De islas, tesoros y novelista: reflexiones sobre una lectura.

Acabo de leer el libro de Alex Capus la otra isla, cuyo título original es "Reissen mit Licht der Sterne" y lo publica la editorial Lumen
Capus es un narrador francés, en concreto, normando, afincado en Suiza que escribe en alemán y que ha publicado, con éste, por lo menos siete libros.
La otra isla es ensayo biográfico sobre la estancia de Robert Louis Stevenson en Samoa.
Tiene por objeto intrigar a lector con la posibilidad de que los Stevenson hubieran encontrado el tesoro de la catedral de Lima, robado en 1820 por el capitán Thomson y llevado, según la unánime confesión de la tripulación al ser sometida a tormento por las autoridades virreinales, a la isla del Coco. Desde entonces, varias decenas de expediciones (podrían acercarse a un centenar) han intentado rescatar las joyas y el oro macizo (una Virgen con Niño de tamaño natural) que se ocultaría en esa isla costarricense del Pacífico, sin que los denodados esfuerzos y medios empleados (detectores de metales, buldozers, dinamita, “mapas auténticos”, etc.) hayan podido rescatar un gramo de oro o tan solo una piedra preciosa.
El título español responde mejor al contenido del libro que la poética -y ambígua- frase del original, pues el punto fuerte de Capus no es "el viaje a la luz de las estrellas"; sino una sugestiva hipótesis, la de que la isla del Coco que ocultó y oculta el tesoro no fuera la costarricense, sino Tafahí, a doscientas sesenta millas al norte de Samoa y a un par de millas más de la casa que se construyó Stevenson entre los samoanos.
Entrando en materia, lo mejor de la argumentación reside en que esa isla del Reino de Tonga fue bautizado como "Cocos Eylandt" por el nerlandés Jacob LeMaire, que la descubrió en 1616. Además, con tal nombre figuró en los cartuarios holandeses y británicos de los siglos XVII y XVIII. Como la navegación desde las costas de Perú puede hacerse fácilmente si se deja uno llevar por las corrientes marinas y por los vientos alisios- como demostraron Thor Heyerdahl y su Kon-Tiki- no es imposible que Thomson, o el pirata español Benito Bonito, hubieran elegido ese lugar para esconder unos tesoros que no podían pasar inadvertidos a ninguna de las autoridades portuarias del continente americano. Ya lo habían hecho, como menciona Capus, los filibusteros del "Port au Prince" en 1806, con muy mala fortuna, por cierto, pues fueron degollados por los isleños al día siguiente de su llegada y legaron el oro y el navío a unos polinesios que minusvaloraban el primero y que quemaron el segundo para extraer las piezas de metal y fundirlas con objeto de transformarlas en hachas, cuchillos y puntas de lanza. El cambio de nombre que supuso adoptar el nativo, "Tafahí", en lugar del nerlandés "Cocos Eylandt" se produjo a principios del siglo XIX, la coincidencia de nombres y de cambios, así como la cercanía o distancia de la costa americana hicieron que las autoridades españolas no imaginaran que la "isla del Coco" pudiera ser otra distinta de la que se yergue al norte de las Galápagos. Llegados a este punto hay que aclarar que Thomson y su lugarteniente Keating -únicos miembros de la tripulación que no se habían bamboleado en las sogas de los patíbulos peruanos- echaron a correr hacia la jungla en un descuido de los soldados españoles que les habían conducido hasta la actual "Isla del Coco", y no fue posible encontrarlos dada la frondosidad de la vegetación; aunque los rescató, un par de años después, una ballenera de Vancouver que estaba haciendo la aguada y que se los tomó por naúfragos.
Hasta aquí lo util: la historia del descubrimiento, del robo del tesoro catedralicio y lo que tiene de biografía de Stevenson. El resto del volumen naufraga entre hipótesis que aprovechan los "lugares de indeterminación" que no han conseguido elucidar los demás biógrafos del novelista escocés. Con arte de componedor de rompecabezas, el autor francés formula sugestivas ideas que se quedan en meras conjeturas, sin el menor grado de demostración, aunque con hábil capacidad de persuasión. Pertenece, pues, al mundo del ensayo y de la ficción-historicista: sugerencia, encaje de datos espigados y dispuestos con habilidad; y el típico discurso del que pretende demostrar que Cristobal Colón nació en Leganés. A pesar de tales defectos, se lee con el agrado de una buena novela de aventuras.

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