lunes, 31 de diciembre de 2012

Un cambio imprevisto


J. K. Rowling: Una vacante imprevista (T. O. The Casual Vacancy. Traducción: Gemma Rovira y Patricia Antón), Salamandra, 19 de Diciembre de 2012, 608 páginas, PVP: 23,00 € 
Copiándome a mí mismo, como el hombre de escaso ingenio en el que me reconozco, aunque el procedimiento  de la autocita también lo hayan utilizado mentes tan fecundas como las de Lope de Vega o Julian Marías; en una reseña que he redactado para otros foros, inicié el primer párrafo con el siguiente participio absoluto:
"Aburrida por los ingresos billonarios de las novelas y películas de la serie Harry Potter, y sin perspectivas de seguir explotando con idéntico éxito el ya manido filón de Hogwarts con la redacción de los libros de texto para estudiantes de mago que se citan en las novelas (El Quidditch a través de los tiempos, Animales fantásticos y dónde encontrarlos, Los cuentos de Beddle el bardo); J. K. Rowling se aleja de la fantasía heroica en su última novela (Una vacante imprevista) y entra de lleno en los terrenos del realismo más tópico y sórdido de la narrativa británica contemporánea".
Como esto hay que explicarlo un poco más, abundaré en la cuestión comentando que el ambiente, el tono, el lenguaje y los personajes de esta rupturista novela de Rowling habrían sido calificados de "tremendistas" si los hubiese publicado un autor español de los años cuarenta, o de "naturalistas" si hubieran visto la luz en 1880. 
El titulo hace referencia a lo que constituye el hilo argumental de la narración: La muerte del concejal Barry Fairbrother deja una silla vacía en la alcaldía parroquial (aquí diríamos pedánea) de Pagford, un apacible rincón de la campiña inglesa en el que colisionan los prejuicios de una clase media rural pagada de sí misma, obtusa y chauvinista, con las conductas marginales de los habitantes de una urbanización habitada por parias de la vecina e industrial Yarvic. A un lado de la mesa del concejo los dueños del pub y la tienda de comestibles local, al otro un médico sikh, un profesor de instituto algo paranoico, y los marginados de la urbanización-guetto "Los Prados": un inframundo de drogadicción, menudeo de estupefacientes y hurtos ocasionales, pozo inagotable que entierra el dinero de los susbsidios por desempleo y demás ayudas sociales.
Establecidos los dos bandos  con claridad maniquea, la autora hace entrar en la trama a unos adolescentes asilvestrados que lo único que tienen en común entre ellos es estar en guerra con sus propios padres. Con ellos aparecen en el relato familias con secretos inconfesables, violencia, neurosis, deshonestidad y simulación.  Un terrario de gusanos cuya miseria moral saldrá a la luz de forma imprevista y que da lo suficiente como  para acumular egoísmos y cobardías durante seiscientas paǵinas.
Las heroínas de este relato, (las únicas heroínas no inyectables de la novela) son una chica sij acomplejada y acosada por el gran villano de su escuela y la brutal protagonista Krystal Weedon, fruto de cuatro generaciones  de hogares rotos, hija de una yonkie y alumna salvaje del instituto de Pagford: una chica a la que muchos quisieran ver lejos del pueblo, con la es difícil convivir.  En esas dos muchachas se ceban los prejuicios sociales y la imperfección del sistema asistencial.
La novela iba para drama negro, con mucha denuncia y compromiso; pero se ha quedado en tragedia gotesca. No sí si los lectores de Joan Rowling se lo perdonarán.

domingo, 30 de diciembre de 2012

Marujeo literario como pedagogía


Santiago POSTEGUILLO: La noche en que Frankenstein leyó el Quijote: La vida secreta de los libros, Planeta, 2012, 240 págs.  ISBN: 978-84-08-00961-0

Llevaba tiempo sin asomarme a este blog, y ello se debe a que no había leído nada novedoso o merecedor de comentario en los últimos seis meses. La semana que termina, última del 2012 que se nos ha ido sin los efectos especiales de un fin del mundo, me trajo las  reconvenciones de un familiar  y la circunstancia de hallarme de vacaciones me han animado a regresar. Lo hago con un comentario a este libro con el que Santiago Posteguillo quiere estimular a sus alumnos de literatura inglesa (yo siempre creí que era latinista) a leer a algunos grandes títulos de la literatura occidental, usando como medio de  despertar e interés, el cotilleo. ¿Usted sabía que Anne Perry estuvo condenada por homicidio en Nueva Zelanda? ¿Recuerda la novela perdida de Julio Verne que se ha publicado hace unos años sin pena ni gloria? ¿Pertenece a la secta de los "antistrafordianos perripimplines" que opinan que Shakespeare no es Shakespeare sino cualquier otro poeta isabelino: Christopher Marlowe, El XVII conde de Oxford, Surrey, etc.? Pues si está interesado por esos cotilleos culturipollescos, este libro le proporcionará abundantes ejemplos.
Nada en común con Los asesinos del Emperador o con la saga de Escipión, pero mucho que ver con Carlos Fisas y sus marujeos de la Historia.
El estilo de Posteguillo siempre es ameno y fácil, se devora en un viaje en Ave y da tiempo para ver, de reojillo, la película. Pero no dejará la soberbia impresión que le han causado las obras anteriores.
Confiemos en que los postigos se sigan abriendo a los primeros

martes, 31 de julio de 2012

“Bolsháya Chistka na Gabane” (Gran purga en La Habana)

Esta vez no voy a comentar un libro, sino a expresar un desasosiego, como Pesoa, pero en prosa.

La confesión de culpabilidad de Francisco Carromero Barrios, obtenida en el interior en una sede de la Seguridad cubana y su posterior juicio por “homicidio” son asombrosamente parecidas a otras confesiones obtenidas en un régimen muy similar al cubano (y con consecuencias fácilmente predecibles). Me refiero a las Zinoviev, Kamenev, Bujarin y cuarenta mil rusos, alemanes, polacos y húngaros más.
En 1991 la Federación Rusa explicó en qué condiciones se arrancaron semejantes “admisiones de culpabilidad”. Por si algún lector lo ignora o lo ha olvidado, reseño que –así está reconocido universalmente-- se obtuvieron mediante torturas, amenazas a los familiares o promesas de indulto, y, una vez obtenidas, se utilizaron para ejecutar a los detenidos sin causar inquietud en el resto de la población. La importancia de los reos (héroes de la Revolución en la mayoría de los casos) hacía necesaria una justificación ante la opinión pública. Por eso, el camarada Dzhugashvily (vulgo Stalin) se ocupó de airear aquellos “errores” antes de deshacerse de sus oponentes.
Si pensamos un momento con la lógica del “papaíto”, la mera existencia de un juicio por homicidio al turista español Carromero Barrios desautoriza la versión ofrecida sobre la muerte de Osvaldo Payá.
No creo que Francisco Carromero (¡pobre ingenuo!) sea un gran peligro para el fracasado régimen cubano; por el contrario sí puede ser un pretexto para la represión de los opositores.
¿Quién lo iba a decir? Los comisarios Yagoda y Laurenti Beria todavía viven, hablan  español y residen en La Habana.