miércoles, 17 de marzo de 2010

La oficina siniestra de Saccomano

Guillermo Saccomano: El oficinista, Barcelona, Seix-Barral, 2010, Premio Biblioteca Breve. 2010

Compré esta novela por la elogiosa crítica que de ella hizo Fernando Marías en un programa de radio el sábado 27 de 2010: ¡Crasa ingenuidad!

El autor, Guillermo Saccomano, fue creativo publicitario y guionista de cómics antes que novelista; y lo que le ha salido en El oficinista, es otro guión de cómic; pero de uno de esos tebeos catastrofistas que consumen, entre vapores de cannabis, los adolescentes frustrados cuando rechazan el mundo, la civilización y la Vía Láctea. El típico planteamiento placebo –consolador de todos los fracasos– del estilo de: “La sociedad está tan podrida que es la responsable de mis malas notas, el paro, la bronca con la novia, el divorcio de mis padres y la factura del móvil.” Consecuentemente,"¡Luchemos contra el Cosmos y la Ley de la Gravitación Universal!" Hace falta una gran inmadurez conceptual y afectiva, unas meninges necesitadas de muchos hervores, para disfrutar con historias como las que se narran en El oficinista.

Veamos el argumento, pues de su resumen se pueden deducir tanto el tono del libro como los méritos artísticos de esta escueta novela:

El protagonista es un hombre mediocre, cabeza de una familia de gordos egoístas que semeja una caricatura kafkiana. Para mantenerla, y para huir de ella, trabaja 16 horas al día en una oficina siniestra. Una noche conoce a una secretaria de la que se enamora; a pesar de que es la amante de su poderosísimo jefe. Esa noche la acompaña hasta su apartamento (el de ella) a través de una ciudad sórdida cuyos cielos recorren helicópteros artillados, cuyas noches acechan perros clonados y en cuyas calles se enfrentan a tiros unas fuerzas militares y policiales represivas con los terroristas de una innominada guerrilla. Esa misma noche -̶el que no corre vuela-̶ mantiene una relación sexual con la secretaria, y la frontera social y afectiva que cruza con ese acto, será el comienzo de la propia y burocrática destrucción.

¿Hay algo limpio o noble en las ciento y pico paginas del libro? Ni hablar. Las relaciones del oficinista con la secretaria (sexo, conversación y golpes) o con su propia esposa (sexo y humillación) son descritas con gran precisión e infalible sordidez. Las relaciones profesionales dentro de la empresa serán serviles, traidoras y despiadadas. Las relaciones con la prole, patéticas. Ningún lector que haya pasado de la página diez puede extrañarse de la degradación física, psicológica y social del protagonista.

Por lo menos, ¡Estará bien escrito para merecer el Premio Biblioteca Breve; ese premio, antaño glorioso, que descubrió a Vargas Llosa y a otros ilustres narradores del boom hispanoamericano! No sé qué responder. Las frases son breves. Parecen consignas. A veces, Saccomano se estira y escribe alguna oración coordinada. Incluso puede encontrarse alguna oración subordinada, es decir, las que tienen más de un verbo antes del punto. Seguramente podemos hallar, por lo menos, una subordinada por página. Concisión no le falta. Es una escritura de viñeta y bocadillo.

Resumiendo: Un escrito virtuoso y ejemplarizante cuya coloración (negra, marrón y verde) posee una saturación elevadita y, cuyos valores artísticos o intelectuales no he sido capaz de encontrar.

Rafael Díaz Riera

sábado, 13 de marzo de 2010

Leonardo Padura a vueltas y revueltas con Trosky

La novela histórica del cubano Leonardo Padura. El hombre que amaba los perros (Barcelona, Tusquets, 576 páginas) es otra versión de la vida y misión de Ramón Mercader del Río desde que fue captado por el NKVD en la sierra de Madrid hasta su muerte en el exilio. Lógicamente, lo más interesante es la preparación del atentado contra Liev Davidovich Bronstein, conocido mundialmente como Trosky. En el interim Padura nos ofrece abundantes digresiones sobre la vida en Cuba, isla en la que el protagonista, Iván, se encuentra con un Jaime López que no es otro que el mismísimo Mercader usando uno de los muchos nombres falsos que utilizó a lo largo de su vida y, de paso, cuando narra los sucesivos exilios de Trosky, nos informa descarnadamente de lo que fueron las purgas de Stalin.

El proceso de decapitación de la vieja guardia revolucionaria, de todos los amigos de Lenin, de cuantos pudieran hacer la mínima sombra al “padrecito”; es descrito con un detenimiento estremecedor. Pero, contra lo que pudiera parecer, la novela no es tanto una indagación en una historia como un intento de responder a la pregunta ¿Cómo es posible que la mayor utopía política de la historia acabase en semejante basurero? ¿Cuándo comenzaron a torcerse las cosas en la Revolución Bolchevique? ¿Qué falló en la URSS, en Cuba, en China y en toda Europa del Este?

Las respuestas son múltiples, la crueldad y la mentira sistemática para deshacerse de cualquier opositor o crítico (al que, estalianiamente, no sólo hay que matar ,sino que es preciso calumniarlo después de muerto, como Willy Toledo con Orlando Zapata), la obsesión por la disciplina de Partido, la convicción de que la vida humana sólo tiene valor en función de las directrices del Partido son sólo algunas de las respuestas.

Ahora, con los cubanos muriendo de avitaminosis y los Castro aferrados en un poder que ya sólo mantienen los cañones de los AK-74 es un buen momento para leer algo de este libro. Propongo, que lo hagan abreviadamente, se puede aprovechar leyendo sólo las cien primeras páginas y las cien últimas. Las trescientas intermedias las dejo a la curiosidad de cada uno.


lunes, 8 de marzo de 2010

Las aborteras del Raval

Como salidas de un meublé del barrio Chino para exhibir su sucia piel y sus vergüenzas. Tiznadas en el cuerpo y en la psique por las tintas del eslogan y de la ideología, unas tiorras en fase pubertal han defendido ayer en Barcelona la barra libre de la ley del aborto con calculado exhibicionismo y consciente porneia. No nos debe extrañar. En estos pagos del oeste del continente que antaño fuera Europa, hace un siglo, por lo menos, que aborto y pornografía forman el enlace covalente y bipolar de la cultura de la muerte. Son los dos bornes, el ánodo y el cátodo, del suicido cultural y moral con el que está agonizando esta vieja civilización. La segunda conduce al primero por caminos bastante comprensibles, el primero -el aborto- permite creer que la segunda es irrelevante; ambos terminan mal porque, ya nos lo dijo Mallarme: “La chair est triste, hélas!”

La tías, me niego a calificarlas de otra forma, que ayer en Barcelona enseñaban sus carnes han emprendido sin saberlo un billete de ida al “Ennui désolé”. En un país sin niños, en el que el suicidio es ya la principal causa de muerte no médica (eso que creíamos que sólo pasaba en Suecia) lo que menos necesitamos es a esas manifesteras y los que las jalean. Ignorantes, por no haber entendido ningún libro, corren deprisa hacia la desesperación. Cuando vengan los fracasos afectivos, profesionales, personales, políticos y hasta económicos necesitaran algo más que un eslogan para sobrellevarlo. Cuando descubran que su cuerpo tan suyo ya no interesa a nadie porque se les ha quemado prematuramente el arroz y descubrirán que lo que necesitaban de verdad era la mirada de un hijo para seguir luchando; pero ya será muy tarde: Naufragarán perdidas, sin mástiles, ni fértiles islotes. Y nos daremos colectivamente cuenta de que necesitamos todos, nosotros y ellas, es una “jeune fille qui allaitait (amamanta) son enfant”.