La novela histórica del cubano Leonardo Padura. El hombre que amaba los perros (Barcelona, Tusquets, 576 páginas) es otra versión de la vida y misión de Ramón Mercader del Río desde que fue captado por el NKVD en la sierra de Madrid hasta su muerte en el exilio. Lógicamente, lo más interesante es la preparación del atentado contra Liev Davidovich Bronstein, conocido mundialmente como Trosky. En el interim Padura nos ofrece abundantes digresiones sobre la vida en Cuba, isla en la que el protagonista, Iván, se encuentra con un Jaime López que no es otro que el mismísimo Mercader usando uno de los muchos nombres falsos que utilizó a lo largo de su vida y, de paso, cuando narra los sucesivos exilios de Trosky, nos informa descarnadamente de lo que fueron las purgas de Stalin.
El proceso de decapitación de la vieja guardia revolucionaria, de todos los amigos de Lenin, de cuantos pudieran hacer la mínima sombra al “padrecito”; es descrito con un detenimiento estremecedor. Pero, contra lo que pudiera parecer, la novela no es tanto una indagación en una historia como un intento de responder a la pregunta ¿Cómo es posible que la mayor utopía política de la historia acabase en semejante basurero? ¿Cuándo comenzaron a torcerse las cosas en la Revolución Bolchevique? ¿Qué falló en la URSS, en Cuba, en China y en toda Europa del Este?
Las respuestas son múltiples, la crueldad y la mentira sistemática para deshacerse de cualquier opositor o crítico (al que, estalianiamente, no sólo hay que matar ,sino que es preciso calumniarlo después de muerto, como Willy Toledo con Orlando Zapata), la obsesión por la disciplina de Partido, la convicción de que la vida humana sólo tiene valor en función de las directrices del Partido son sólo algunas de las respuestas.
Ahora, con los cubanos muriendo de avitaminosis y los Castro aferrados en un poder que ya sólo mantienen los cañones de los AK-74 es un buen momento para leer algo de este libro. Propongo, que lo hagan abreviadamente, se puede aprovechar leyendo sólo las cien primeras páginas y las cien últimas. Las trescientas intermedias las dejo a la curiosidad de cada uno.
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