domingo, 20 de junio de 2010

La agonía de Francia

De Manuel Chaves Nogales leí con agrado El maestro Juan Martínez estuvo allí, en la que transcribe las memorias de un baliaor de flamenco al que la Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa y la Guerra Civil Rusa le pillaron entre San Petersburgo y Kiev. Tocando las castañuelas, Juan Martínez y su mujer tuvieron que habérselas con los secuaces de Piłsudsky (ocupación polaca de Kiev), los zaristas, las checas rojas, los nacionalistas de Petliura (la ciudad cambió de mano cinco veces), y los estragos de la economía de guerra. Ahora acabo de terminar La Agonía de Francia, que acaba de publicar Libros del asteroide (una editorial cuyo nombre rinde tributo a Saint-Exupéry y Le Petit Prince). Me queda por leer, en la misma editorial, la biografía de Juan Belmonte y con eso habré agotado las obras reeditadas (y que se puedan todavía encontrar en las librerías de la Comunidad de Madrid) de este ameno periodista que cuya escritura no desdijo de la de una generación de grandes periodistas como fue la suya.

Si durante la Guerra Civil Española Chaves Nogales flirteó, como otros frente populistas con el PCE, en La agonía de Francia sitúa al PCE un grado de traición por debajo, solo un grado, respecto a los colaboracionista franceses y de los entreguistas que apoyaron la subida de Petain. No en vano comienza esta crónica con la detención petainista de Georges Mandel, aquel Ministro del Interior de origen hebreo que fue entregado a los alemanes por el nuevo gobierno para ir congraciándose con el enemigo. Los izquierdistas galos que leyeron los acuerdos “Ribentrop-Molotov” sufrieron una crisis de conciencia que les llevó, muchas veces, a romper con el PCF y, por el contrario, quienes se mantuvieron obedientes a la disciplina de partido, difundieron entre los soldados unas consignas que no podrían servir mejor a la claudicación nacional que las ideadas por Herr Abetz, el cerebro del quintacolumnismo alemán en París. Tal es una de las tesis, repetida de diversas formas y modos por el autor de esta crónica histórico-periodística.

Aquel ejército francés de tres millones de hombres que se rindió casi sin luchar no se descompuso repentinamente. Estaba podrido a los pocos meses de la movilización. Las divisiones internas de una sociedad que había asistido a dos revoluciones abortadas, la de la Ligas derechistas de 1934 y la frente populista de 1936, hacía que la la fractura entre los soldados movilizados fueran mayor o igual que la que existía en la sociedad española de la misma época, Si en Francia no se habían despedazado a tiros era porque la gendarmería conservaba su eficacia y su unidad, y por unos ciertos hábitos de civismo todavía superiores a los hispanos.

La tesis de Chaves es que eran muy pocos los que estaban dispuestos a morir por salvar un sistema que les parecía inoperante y corrupto. La oficialidad colonial, de inclinaciones totalitarias y racistas, trataba a los abogados, a los obreros y a los comerciantes como si fueran senegaleses o malgaches. Los hombres se aburrieron infinitamente en la larga inactividad invernal de 1940 mientras el enemigo afilaba sus armas. El Estado Mayor, con una guerra de retraso, estaba paralizado en la creencia de que la Línea Maginot era infranqueable. Los empresarios, que se habían visto obligados a conceder la semana de 40 horas y las vacaciones pagadas, simpatizaban con el fascismo y la intelectualidad era el menos dispuesto a la lucha de todos los grupos sociales. Cito una palabras apodícticas del propio Chaves:

“ A la pregunta de Charles Péguy [en 1914] “¿Qué es lo que tenemos que salvar?”, había respondido Jean-Pierre Maxence en la siguiente generación diciendo “ No tenemos mas que salvarnos a nosotros mismos”. Y añadía. “Nadie sino los mediocres está satisfecho del mundo presente. Entre ese mundo y nosotros, uno de los dos tiene que perecer”.

Yo no sé si esa intelectualidad francesa que reaccionaba violenta y desesperadamente contra la decadencia del país y del régimen se considera ahora salvada bajo la protección de la Gestapo, pero lo indudable es que al Francia que estúpidamente condenaron a perecer ha perecido real y verdaderamente.” (página 93)


Escrito con lucidez y serenidad en medio de la amargura del segundo exilio (Chaves se escapó en un contratorpedero británico) el libro La agonía de Francia es un testimonio de primera mano de cómo se suicida espiritual y moralmente una nación. Algo que los que navegamos por las turbias aguas de la actualidad necesitamos conocer.

viernes, 4 de junio de 2010

En el centenario de Luis Rosales

Con Luis Rosales sucede un poco lo que al inefable Recienvenido de Macedonio Fernández: Una tarde descubrió que compartía el día de su cumpleaños con la mamá de un amigo; y desde entonces supo la razón por la que siempre le había parecido tan estrecho ese día (que se empeñaba en repetir año tras año, sin escarmentar – y que, a pesar de haberlo repetido cincuenta y tres veces, podía celebrarlo con los ojos cerrados-). Desde ese año, le parecía todavía más angosto. Sobretodo, cuando se comparaba con los amigos que disponían de un día de cumpleaños entero para ellos. El el caso de Luis Rosales eso se aplica al año de nacimiento. Uno de sus principales errores de ese poeta, que nunca se equivocó “sino el las cosas que que él más quería” (según confiesa en la “Autobiografía “ que da paso a las Rimas); es haber elegido para nacer el mismo año que Miguel Hernández. Basta echar un vistazo al escaparate de cualquier librería para constatar que el alicantino, tísico y bronco, se le ha comido el centenario, tal vez para resarcirse del hambre que pasó en 1942, o por la costumbre chotuna de comer lo que se ponga por delante. Luís Rosales para poder disfrutar de un centenario equitativamente compartido, tendría que haber nacido el mismo año que Gabriel Miró o que Armando Palacio Valdés, por lo menos.

Ayer dos de sus hijos adoptivos -y antiguos empleados suyos en el Instituto de Cultura Hispánica- Antonio Hernández y Félix Grande le rindieron un homenaje en mi ciudad de Guadalajara con plana mayor del "barredismo lactante" y con los principales beneficiados de la Central Nuclear de Trillo asistiendo en primera fila. El acto me gustó. Antonio Hernández, con su voz cascada y estomacal, nos hizo descubrir la gracia de un poemario de Navidad al que los críticos superficiales, entre los que me incluyo, consideran una obra menor. Félix Grande, por su parte, escenificó - ¡qué gran actor ha perdido el mundo, señor Nerón! - una emotiva semblanza de un hombre perseguido por una calumnia: la de haber participado en la muerte de García Lorca. Calumnia obstinada y tenaz, a pesar de la abrumadoras evidencias que la desmienten. La abundante fauna de los calumniadores es reacia a las pruebas documentales y, si se da el caso de verse descubierta, se enfurece y arrecia con mayor acritud en sus ataques.

Mereció la pena haber acudido para ver declamar un mismo poema con dos estilos tan distintos como los de Antonio Hernández y Félix Grande. También mereció la pena descubrir que no he sabido leer a Luis Rosales. Hasta ayer lo veía como un pastelero que amasaba arrobas de harina para sacar una sola galleta que - intuición, imagen o metáfora- mereciera ser contada como poesía. A mi sensibilidad aragonesa, le sobraban muchas frases de La casa encendida. El contenido del corazón, y de Diario de una resurrección. Tantas como faltaban en Canciones, un libro Juan Maireniano que ni era plenamente machadiano, ni era greguería a pesar de lo que parecía prometer la dedicatoria.

Sin embargo, ayer presencié un milagro. Lo obraron Carmen Linares y E. Barragán (el guitarrista) cuando cantaron algunas de las canciones de ese libro. Lo hicieron con soleares, con una petenera y con unas alegrías. Al oírlos así se me hizo evidente algo que supone una seria desventaja para los que no estamos duchos en flamenco: que esos poemas hay que leerlos cantados. Es la voz y sus melismas quienes regularizan la métrica que nos parece imperfecta, quienes dan ritmo a una letra que nos parece coja, quienes intensifican el sentido de los últimos versos que nos parecen pobres. Desde ayer considero el fraseo superabundante como el calentamiento de dedos de una guitarra que se apresta a arrancar en un solo memorable. ¡Que pena que no nos hayan enseñado a cantar este tipo de poemas a en las aulas de la facultad!

Como homenaje al poeta y a su ciudad, como recuerdo de Carmen Linares, dejo en este blog las “Soleares a la ciudad de Granada”, forse, altro canteró con miglior plectro

Si tú quieres
iré a morir en tus brazos
Ciudad de la Buena Muerte.

¿Qué bien te sienta el otoño
con tu tristeza dorada
y el agua buscando novio!

Ya sin sol, casi vacía,
tu muerte se va quedando
dormida

¿Quién te vio y no te recuerda
como una iglesia vacía
donde las palomas vuelan?

Y nadie sabe que tienes
bodas de nieve.

Desde la Alhambra ¿recuerdas?
Ir desuniendo un sonido
total donde cada barrio
pone un sonido distinto.

Plaza de los Lobos
Santa Paula y
un son de campanas
que no he vuelto a oír.

¡Volver de nuevo a la infancia
para subir despacito
por la Cuesta de Maraña!

¡Qué desolación tenía
la campana de La Vela
tocando a niña perdida!

Tan sola, siempre tan sola
y la nieve en la sierra
te está vistiendo de novia.

Ni más ni menos; en cambio
Sevilla sigue viviendo
lo que tú estás recordando.

¡Ay!, si
no voy a Granada
no podré dormir
(Luis Rosales: Canciones)

viernes, 14 de mayo de 2010

Las memorias de un tigre

Martínez Laínez es un periodista experto en cuestiones de geopolítica europea, que ha redactado, además de sus colaboraciones en revistas de historia y defensa, novelas negras de cierto mérito como Carne de trueque, y libros de viajes galardonados como Tras los pasos de Drácula. Ha publicado también ensayos, novelas juveniles y biografías.

En El rey del Maestrazgo, nos ofrece un reportaje novelado sobre la fracasada “Expedición real” a Madrid que le sirve de cañamazo para biografiar al terrible cabecilla carlista Ramón Cabrera. Lo redacta desde una perspectiva múltiple, con capítulos en los que los protagonistas de aquella incursión -que pudo decidir la Primera Guerra Carlista- explayan sus recuerdos, bien ante un periodista que entrevista en su retiro de Wentworth al general tortosino, o bien se confían en el papel de unas justificativas memorias. Con este recurso, el autor hace hablar a los lugartenientes del “Tigre del Maestrazgo” como Forcadell, el príncipe Lichnowsky o el barón von Radhen; y también a enemigos del mismo como Espartero y Avinareta. Por su carácter mixto de historia y ficción no falta algún personaje de dudosa historicidad como el apodado “Sombra”.

El conjunto de la narración es fiel a los hechos y existe un deseo de comprensión de los móviles que espolearon a los protagonistas de aquella feroz guerra; pero no es difícil que un lector avisado encuentre frecuentes concomitancias con la segunda serie de los “Episodios Nacionales” de Pérez Galdós y con las “Memorias de un hombre de acción” de Baroja. Ambas series de novelas se dejan ver en las costuras del texto de Martínez Laínez.

Como informa el subtítulo del libro, la intención de la obra es mostrar las "luces y las sombras" de un genio militar muy discutido. Las dos aparecen con meridiana claridad en la crónica de atrocidades de una guerra, de siete años de duración, en los que la piedad y la compasión se desconocieron en el frente del Maestrazgo.

De aquella barbaridades nadie reclama una "memoria histórica," pero resultan sorprendentemente parejas a las que se cometieron cien años después. La lectura de esta obra deja una poso de escepticismo y de dolor por un país propenso a continuas divisiones y al odio caínita.
Fernando Martínez Laínez: El rey del Maestrazgo (Luces y sombras del caudillo carlista Ramón Cabrera), Madrid, Martínez Roca, col: Novela histórica, 2005, 316 páginas.


domingo, 9 de mayo de 2010

Las virutas de Miguel d'Ors

Como poeta me ha gustado siempre. En el "Heraldo de Aragón" escribí algo sobre él cuando le concedieron el Premio Nacional de Poesía, allá por los ochenta. Últimamente lo tenía un poco olvidado, pero la editorial "Los papeles del Sitio" está editando unas prosas dispersas, a modo de blog o de diarios. Eso que los italianos engloban bajo la palabra "tacuino"; una libreta que es a la vez cuaderno de apuntes y de cuaderno de viaje, bitácora, colección de bocetos de los sitios por los que se ha pasado y reflexiones sobre un viaje que se está acometiendo y que puede ser también el de la vida. Recientemente he visto un blog titulado "viagio col tacuino" y me han impresionado las bellísimas acuarelas tomadas al paso por artistas que hacen de la siempre deslumbradora bota del Mediterráneo, una asignatura obligatoria.
Tacuini son lo poco que he leído de Cesare Pavese; tacuini son -a mi entender- las reflexiones de Pla en Cuadern Gris y no otra cosa lleva haciendo en España, desde hace mas de veinte años, Andrés Trapiello.
Cuando el cuaderno de apuntes lo firman Jiménez Lozano (Advenimientos), Carlos Pujol (Cuadernos de escritura) o Miguel d'Ors (Virutas de Taller). La lectura es especialmente gozosa, fructífera, deleitada, "viciosa", en el sentido medieval de la palabra.
Como muestra, vaya el prólogo de Más virutas de taller.

"PARECE que en la Barcelona de la Restauración un antepasado mío, empresario textil y, a lo que se ve, hombre galante, tiró los tejos más allá de lo conveniente a una dama casada. El marido se sintió ofendido —tan bárbaros eran los usos de la época— y le mandó los padrinos, como solía decirse a la sazón. Total, que llegan dos caballeros correctamente vestidos, con sus sombreros, sus bastones de puño de plata y sus precep­tivas tarjetas, a la casa del donjuán en el preciso momento en que éste estaba comiendo. La doncella que les abrió la puerta entra al comedor y, muy sofocada, comunica al señor que han venido dos caballeros para hacerle saber que don Fulano de Tal le exige una satisfacción en tal sitio, con tal arma y a tantos pasos. Y entonces mi antepasado, sin alterarse -, pero qué digo sin alterarse: sin siquiera detener la cuchara una décima de segundo!, responde, con admirable sosiego positivista: «Que le comuniquen al señor de Tal que me doy por muerto». Y sigue con sus monchetas.


Yo, su descendiente, me gano las mías estupendamente como modesto Profesor Titular de una universidad provinciana. Me gusta de veras mi trabajo. Tengo un sueldo seguro y suficiente, unos horarios muy cómodos y mucho tiempo libre.


Durante los meses de primavera y verano vivo, con sólo Dios acompasado, en las afueras de una pequeña y agradable ciudad gallega; puedo escuchar en mi salón las mejores músicas de los hombres y algunas de las mejores de la Naturaleza, leo bastante (aunque sin por ello dejar de acostarme a su hora), escribo lo que puedo y en el otoño viajo al Sur, donde permanezco, armonizando el trabajo y el montañismo, hasta que se anuncia la nueva primavera. Mi vida la encuentro apacible, interesante y discretamente feliz. Hace años que desistí de mi aspiración juvenil a una cátedra universitaria; no tengo la menor intención de presentarme como candidato a ninguna elección; me importan un pimiento las opiniones del vulgo; no leo los periódicos; no me tienta en absoluto —antes lo contrario— la popularidad; no formo parte de la industria editorial; no creo que morir sea lo peor que le puede pasar a uno. Y, puesto que no necesito nada, no temo nada, no pretendo nada y no tengo que quedar bien ante nadie, puedo permitirme el supremo lujo de decir y escribir lo que quiero, dándome yo también por muerto, por mucho que la estupidez contemporánea me mande una y mil veces sus padrinos."


M. d'Ors.

jueves, 29 de abril de 2010

Estadísticas

Se me perdonará la confianza que me tomo al revelar que, personalmente, eso de que ahora las clases prácticas, los despachos y gabinetes se llamen talleres, me fastidia un tanto. Antes los escritores y aspirantes a ello se reunían en academias, liceos, salones o tertulias; ahora, por iniciativa de no sé muy bien quién, pero que merece ser alguna egresada en psicología del Paraná; todo son talleres: talleres de Lengua Inglesa, de Poesía, de Narrativa, de Escritura creativa y hasta de Contabilidad, según se puede leer en una calle de Guadalajara (España).

Cuando oigo la palabra "taller", no puedo evitar la imagen de una caverna habitada por mecánicos aprovechones que me vacían cartera por el procedimiento de la "reparación holística"- esto es, sustituir todo bloque del motor en lugar de la válvula- y que me reciben entre manchas de grasa y calendarios "teutónicos". Puestos a utilizar una palabra para designar una actividad artesanal que acaba siendo artística, prefiero las de estudio, gabinete e incluso el recurrido "obrador" al que acudieron las modistas y los reposteros para designar el lugar en el que elaboraban sus refinadas manofacturas. Obrador es el el término, que "a mon avis", traduce mejor el "Ouvrier" de Literatura Potencial al que acudieron Georges Perec y otras aves de extraños vuelos allá por los locos sesenta y setenta.

Sin embargo, como todo tiene sus excepciones, la mía en esto de los talleres modernos se llama Miguel d'Ors. Este poeta navarro-gallego- granadino lleva unos años publicando sus escolios, máximas y consideraciones recogidas en un diario titulado "Virutas de taller", y las recién adquiridas: "Mas virutas de taller" me están proporcionando unas satisfacciones que no tenía desde hace años. Ahí va una de esas perlas. Se titula "Estadísticas":

"A lo largo de lo últimos diez años he estado haciendo unos estudios estadísticos, cuyos resultados ofrezco aquí, por si a alguien le resultaran de interés:

De cada 100 coches de esos que pasan por las calles con la ventanilla abierta y una música a todo volumen, "La Pasión según San Mateo" de Juan Sebastián Bach suena en 0,00

De cada 100 lectores de El País que lo llevan doblado en la mano o bajo el brazo, 86 lo han doblado de la misma forma: con la mancheta hacia fuera.

De cada 100 mujeres asesinadas por un hombre, sólo 18 estaban casadas con él "por la Iglesia".

De cada 100 niños o niñas desaparecidos en territorio español, sólo 2 se llamaban Antonio, Carmen, Juan o Teresa: todos los demás tenían nombre "modernos" del tipo Kevin o Yénifer.

De cada 100 teléfonos móviles que profanan con su música ratonera misas y funerales, 89,4 pertenecen a mujeres."

Cualquier día de estos vuelvo con más.

sábado, 17 de abril de 2010

Un vieja novela y un análisis certero.

The Fist of God, (T.O.: El puño de Dios, Tr.de Berta Monturiol) es una novela de 1994 en la que Frederick Forsyth volvía a su tema favorito: bombas atómicas en manos de terroristas, y está ambientada en la primera Guerra del Golfo.
En 1991 estaba claro que Saddam había hecho uso de gas venenoso en la guerra con Iran, lo había vuelto a hacer en la represión las revueltas del Kurdistán iraquí (cinco mil muertos); y también era palmario que había hecho intentos de obtener plutonio en cantidad suficiente como para fabricar una bomba, a través de la explotación industrial de “pasta amarilla” en las centrales nucleares del complejo de Osirak. No menos conocidos y probados eran sus intentos de fabricar un supercañón de 180 metros de tubo con la ayuda del genio de la balística Gerald Bull, cuya nuca acababa de recibir cinco disparos de la pistola de un desconocido (todo el mundo pensó en el Mossad), en la puerta de su apartamento de Bruselas.
Jaffar al Jaffar, el físico nuclear iraquí, era un villano de marca mayor y el mundo esperaba expectante el resultado de esa inminente guerra que se predecía como “mundial”, entre la coalición liderada por Norman Schwarzkopf y el cuarto ejército más numeroso del mundo. El resultado fue el que sabemos: una aplastante superioridad aérea de los aliados y un cementerio de vehículos acorazados y artillería de origen soviético, francés y alemán, en las arenas de Kuwait. La invasión, siete meses después, había dado su fruto.
Pero la victoria no fue total. Saddam Hussein siguió en el poder, reconstruyó la Guardia Republicana y cuando del el 2003 afirmaba que no tenía armas de destrucción masiva, mucha gente, yo entre ellos, se negó a creerlo. Sin duda novelas como El puño de Dios, en las que se exponían las argucias de enmascaramiento de fábricas y polvorines, y los esfuerzos por obtener uranio 238 en laboratorios subterráneos, contribuyeron a extender la incredulidad en parte de la opinión pública occidental. Esa es la parte menos positiva de la novela: sus efectos sobre los desinformados lectores occidentales que acabaron asumiendo que G.Bush Jr. tenía razón cuando hablaba de las armas secretas de Saddam. Los más ingenuos también pensaban que los hombres del MI5, MI6 y del SAS británico, o el Mossad israelí, podían hacer casi cualquier cosa que se propusieran.

Sin embargo, la obra de Forsyth tiene también también dos aspectos aprovechables. La primera es que lo que decía de Irak se puede trasladar al actual Irán y a sus esfuerzos encaminados obtener una bomba nuclear. La reciente "Conferencia de No Proliferación de Armas Nucleares" ha sido una fuerte llamada de atención global. En efecto, en el país de los ayatolás se ha aplicado el principio de dispersión y de multiplicidad de focos de enriquecimiento de uranio para evitar que la destrucción de uno de ellos paralice todo el programa (recordemos Osirak) y para acelerar la velocidad de obtención de la masa crítica. Así mismo, es opinón generalizada que esos laboratorios y plantas están excavados en las montañas, del mismo modo que estuvieron enterrados parte de los hangares y de los polvorines iraquíes en 1991: precisamente aquellos materiales que sirvieron para reconstruir y rearmar a la Guardia Republicana nada más perder Kuwait.
Por otra parte, toda la infraestructura de los talibanes en Tora Bora y de Hizbollah en el sur de Líbano, nos habla de esa guerra de tuneladores contra F18 que se está librando en Oriente Medio. En ese sentido, El puño de Dios no está absolutamente demodée.
El segundo aspecto de la novela que encuentro relevante, es una reflexión sobre las consecuencias que tendría para Irak, y, en general para la región, la caída del régimen de Saddam. Es un texto de ficción, supongo, destinado a explicar a los anglosajones por qué razón los blindados de la coalición no siguieron hasta Bagdad. El novelista pensaba en una hipótesis creíble, pero resultó clarividente. Al releerlo, no puedo sino lamentar que quienes tenían poder para declarar guerras, no se hubiera tomado en serio estas consideraciones de 1994 en el ya inevitable 2003. Una vez más constatamos que la realidad imita a la ficción y la supera. Ahí va el "informe" novelístico:

De: Grupo de Inteligencia y Análisis Político, Departamento de Estado, Washington DC
Para: James Baker, secretario de Estado
Fecha: 15 de febrero de 1991
Clasificación: Estrictamente confidencial
No se le ocultará, sin duda, que desde el comienzo de hostilidades entre las fuerzas aéreas de la Coalición, que vuelan desde Arabia Saudí y los estados vecinos, y la República Irak, se han llevado a cabo por, lo menos dos, y posiblemente más, intentos de eliminar al presidente iraquí Saddam Hussein.
Tales intentos se han realizado mediante bombardeo aéreo y exclusivamente por nuestra parte. En consecuencia, este grupo considera urgente exponer los probables alcances que tendría un intento exitoso de asesinar al señor Hussein.
Desde luego, el resultado ideal sería que cualquier régimen sucesor de la actual dictadura del partido Baas, establecido bajo los auspicios de las fuerzas victoriosas de la Coalición,se concretara en un gobierno humanitario y democrático.
Par nuestra parte, creemos que semejante esperanza esperanza es ilusoria. En primer lugar, Irak no es y nunca ha sido un país unido. Hace apenas una generación era un centón de tribus rivales y, a menudo, enfrentadas. Sus habitantes pertenecen, en partes casi iguales, a dos sectas; islámicas potencialmente hostiles, la sunnita y la chiíta, además de tres minorías cristianas. A ellas cabría añadir la nación kurda al norte, empeñada vigorosamente en el logro de su independencia.
En segundo lugar, jamás ha existido la menor experiencia democrática en Irak, que ha pasado del dominio turco al hachemita y el del partido Baas sin el beneficio de ningún período intermedio de democracia tal como la entendemos.
Así pues, en el caso de un súbito final de la actual dictadura por asesinato, solo aparecen dos escenarios realistas. El primero sería el intento de imponer desde el exterior un gobierno de consenso que abarcara a todas las facciones principales en una coalición de amplia base. En opinión de este grupo, semejante estructura se mantendría en el poder durante un período en extremo limitado. Las antiguas y tradicionales rivalidades necesitarían muy poco tiempo para desbaratarla.
Es evidente que los kurdos aprovecharían la oportunidad, que les ha sido negada tanto tiempo, de optar por la secesión y el establecimiento de su propia república en el norte. Un débil gobierno central en Bagdad basado en el acuerdo por consenso sería impotente para evitar ese resultado.
Predeciblemente, Turquía reaccionaría de manera airada, puesto que su propia minoría kurda a lo largo de las zonas fronterizas se apresuraría a unirse a sus hermanos kurdos al otro lado de la frontera, lo cual estimularía la resistencia al dominio turco:
Al sudeste, la mayoría chiíta alrededor de Basora y Chatt al-Arab encontraría sin duda buenas razones para sondear a Teherán. Irán se sentiría muy tentado de vengar la matanza de sus jóvenes en la reciente guerra contra Irak, aceptando esas proposiciones con la esperanza de anexionarse el sudeste de Irak ante la impotencia de Bagdad.
Arabia Saudí y los estados prooccidentales del Golfo experimentarían algo muy parecido al pánico ante la posibilidad de que Irán llegara a la frontera misma de Kuwait.
Más al norte, los árabes del Arabistán iraní hallarían una causa común con sus camaradas árabes al otro lado de la frontera con Irak, movimiento que sería, vigorosamente reprimido por los ayatolas en Teherán.
Casi con toda seguridad, en el resto de Irak vería un estallido de luchas tribales para ajustar viejas cuentas y establecer la supremacía sobre lo que quedara.
Todos hemos observado con dolor la guerra civil desencadenada ahora entre serbios y croatas en la ex Yugoslavia lucha no se ha extendido todavía a Bosnia, donde aguarda una tercera fuerza, la de los musulmanes bosnios. Cuando la guerra llegue a Bosnia, cosa que sucederá un día, la carnicería será aún más espantosa y el conflicto incluso más inabordable.
No obstante, este grupo cree que la aflicción de Yugoslavia sería insignificante comparada con el escenario ahora considerado de un Irak en plena desintegración. En ese caso, podemos esperar una gran guerra civil en el corazón del territorio iraquí, cuatro guerras fronterizas,y la absoluta desestabilización del Golfo. Solo el problema de los refugiados afectaría a millones de personas.
El otro único escenario viable sería que Saddam fuese sustituido por otro general o alto miembro de la jerarquía baasista. Pero como todos cuantos forman parte de la actual jerarquía tienen las manos tan manchadas de sangre como su dirigente, resulta difícil ver cuáles serían los beneficios de sustituir a un monstruo por otro déspota posiblemente mucho más inteligente.
La solución ideal, aunque admitimos que no es 1a perfecta, sería, pues, la de conservar la actual situación de Irak, con excepción de que todas las armas de de masiva tendrán que ser destruidas y la fuerza convencional degradada de manera que no presente una amenaza para ningún estado vecino durante una década por lo menos.
Se podría argumentar que los continuos abusos de los derechos humanos por parte del actual régimen iraquí, sin se le permite sobrevivir, serán muy penosos. De ello no hay ninguna duda. No obstante, Occidente ha tenido que contemplar terribles escenas en China, Rusia, Vietnam, Tíbet, Timor Oriental, Camboya y muchos otros lugares del mundo. No es posible que Estados Unidos imponga regímenes humanitarios, a escala mundial a menos que esté preparado para intervenir en una guerra global permanente.
El resultado menos catastrófico, de la guerra actual en el Golfo y la invasión eventual de Irak, es pues, la supervivencia en el poder de Saddam Hussein como dueño único de un Irak Unido, aunque militarmente mutilado para impedir la agresión contra el exterior.
Por todas las razones aducidas, este grupo insta al fin de todos los esfuerzos encaminados a asesinar a Saddam Hussein o de entrar en Bagdad y ocupar Irak.
Informe respetuosamente sometidos por el P.I.A. G.

domingo, 4 de abril de 2010

Siempre nos quedará Nemirovsky

Salamandra sigue explotando las viejas narraciones de la Nemirovsky con el éxito esperado, pues ya son una multitud los lectores adictos a las descripciones psicológicas y a la captación de matices de esta novelista tan singular. El caso Kurilov relata la infiltración de un terrorista en la vida familiar de su futura víctima, en este caso, un ministro de educación en la Rusia de 1903. A lo largo de las páginas de esta corta novela, quienes la aborden asistirán al proceso de humanización del terrorista, huérfano de padres proscritos por su activismo revolucionario, recogido por el partido en el exilio y educado por el Comité Directivo. Un ser que, según sus propias palabras, “pertenecía al Partido por nacimiento”.

La narración, redactada por una millonaria o ex-millonaria, asidua de Saint-Jean de Luz en verano y de Niza en invierno; está muy lejos de ofrecer informaciones sólidas capaces de satisfacer la curiosidad de los lectores apasionados hasta el morbo por las historias conspirativas. Recuerda ligeramente a Los demonios, de Dostoievsky, y a algunos cuentos de Leónidas Andreiev. Es, pues, fruto más de una educaclón literaria que de una observación veraz- algo que no pasaba en David, Golder, El baile, El maestro de almas, Ida Scoquin, o en otras novelas breves de Madamisela-; pero no por ello deberían dejar de leerla los espías de salón: uno, que ha leído recientemente dos trabajos a medio camino entre la novela y la biografía, (véase las entradas de Padura y Héctor Oliva) sobre la infiltración de Mercader en la familia de Trostky, se queda con una conjetura, una leve sospecha, puramente imaginativa y en absoluto demostrable, de que El caso Kurilov, leído en los años treinta por el agente Eitingon-Kotov, o por algún otro de los esbirros de Yagoda o de Beria, pudo haber inspirado la estrategia de infiltración en el homicidio que ejecutó Mercader.

Tal suposición proporcionaría un buen tema para otro relato de ficción. Desgraciadamente, como casi siempre, la realidad supera en perversión a la inocente literatura.


Irene NEMIROVSKY: El caso Kurilov (T.O. : L’ Affaire Courilof, Traducción: José Antonio Soriano Marco), Barcelona, Salamandra, (1933) 2010, ISBN: 978- 84- 98938- 273- 0, 155 pág.

miércoles, 17 de marzo de 2010

La oficina siniestra de Saccomano

Guillermo Saccomano: El oficinista, Barcelona, Seix-Barral, 2010, Premio Biblioteca Breve. 2010

Compré esta novela por la elogiosa crítica que de ella hizo Fernando Marías en un programa de radio el sábado 27 de 2010: ¡Crasa ingenuidad!

El autor, Guillermo Saccomano, fue creativo publicitario y guionista de cómics antes que novelista; y lo que le ha salido en El oficinista, es otro guión de cómic; pero de uno de esos tebeos catastrofistas que consumen, entre vapores de cannabis, los adolescentes frustrados cuando rechazan el mundo, la civilización y la Vía Láctea. El típico planteamiento placebo –consolador de todos los fracasos– del estilo de: “La sociedad está tan podrida que es la responsable de mis malas notas, el paro, la bronca con la novia, el divorcio de mis padres y la factura del móvil.” Consecuentemente,"¡Luchemos contra el Cosmos y la Ley de la Gravitación Universal!" Hace falta una gran inmadurez conceptual y afectiva, unas meninges necesitadas de muchos hervores, para disfrutar con historias como las que se narran en El oficinista.

Veamos el argumento, pues de su resumen se pueden deducir tanto el tono del libro como los méritos artísticos de esta escueta novela:

El protagonista es un hombre mediocre, cabeza de una familia de gordos egoístas que semeja una caricatura kafkiana. Para mantenerla, y para huir de ella, trabaja 16 horas al día en una oficina siniestra. Una noche conoce a una secretaria de la que se enamora; a pesar de que es la amante de su poderosísimo jefe. Esa noche la acompaña hasta su apartamento (el de ella) a través de una ciudad sórdida cuyos cielos recorren helicópteros artillados, cuyas noches acechan perros clonados y en cuyas calles se enfrentan a tiros unas fuerzas militares y policiales represivas con los terroristas de una innominada guerrilla. Esa misma noche -̶el que no corre vuela-̶ mantiene una relación sexual con la secretaria, y la frontera social y afectiva que cruza con ese acto, será el comienzo de la propia y burocrática destrucción.

¿Hay algo limpio o noble en las ciento y pico paginas del libro? Ni hablar. Las relaciones del oficinista con la secretaria (sexo, conversación y golpes) o con su propia esposa (sexo y humillación) son descritas con gran precisión e infalible sordidez. Las relaciones profesionales dentro de la empresa serán serviles, traidoras y despiadadas. Las relaciones con la prole, patéticas. Ningún lector que haya pasado de la página diez puede extrañarse de la degradación física, psicológica y social del protagonista.

Por lo menos, ¡Estará bien escrito para merecer el Premio Biblioteca Breve; ese premio, antaño glorioso, que descubrió a Vargas Llosa y a otros ilustres narradores del boom hispanoamericano! No sé qué responder. Las frases son breves. Parecen consignas. A veces, Saccomano se estira y escribe alguna oración coordinada. Incluso puede encontrarse alguna oración subordinada, es decir, las que tienen más de un verbo antes del punto. Seguramente podemos hallar, por lo menos, una subordinada por página. Concisión no le falta. Es una escritura de viñeta y bocadillo.

Resumiendo: Un escrito virtuoso y ejemplarizante cuya coloración (negra, marrón y verde) posee una saturación elevadita y, cuyos valores artísticos o intelectuales no he sido capaz de encontrar.

Rafael Díaz Riera

sábado, 13 de marzo de 2010

Leonardo Padura a vueltas y revueltas con Trosky

La novela histórica del cubano Leonardo Padura. El hombre que amaba los perros (Barcelona, Tusquets, 576 páginas) es otra versión de la vida y misión de Ramón Mercader del Río desde que fue captado por el NKVD en la sierra de Madrid hasta su muerte en el exilio. Lógicamente, lo más interesante es la preparación del atentado contra Liev Davidovich Bronstein, conocido mundialmente como Trosky. En el interim Padura nos ofrece abundantes digresiones sobre la vida en Cuba, isla en la que el protagonista, Iván, se encuentra con un Jaime López que no es otro que el mismísimo Mercader usando uno de los muchos nombres falsos que utilizó a lo largo de su vida y, de paso, cuando narra los sucesivos exilios de Trosky, nos informa descarnadamente de lo que fueron las purgas de Stalin.

El proceso de decapitación de la vieja guardia revolucionaria, de todos los amigos de Lenin, de cuantos pudieran hacer la mínima sombra al “padrecito”; es descrito con un detenimiento estremecedor. Pero, contra lo que pudiera parecer, la novela no es tanto una indagación en una historia como un intento de responder a la pregunta ¿Cómo es posible que la mayor utopía política de la historia acabase en semejante basurero? ¿Cuándo comenzaron a torcerse las cosas en la Revolución Bolchevique? ¿Qué falló en la URSS, en Cuba, en China y en toda Europa del Este?

Las respuestas son múltiples, la crueldad y la mentira sistemática para deshacerse de cualquier opositor o crítico (al que, estalianiamente, no sólo hay que matar ,sino que es preciso calumniarlo después de muerto, como Willy Toledo con Orlando Zapata), la obsesión por la disciplina de Partido, la convicción de que la vida humana sólo tiene valor en función de las directrices del Partido son sólo algunas de las respuestas.

Ahora, con los cubanos muriendo de avitaminosis y los Castro aferrados en un poder que ya sólo mantienen los cañones de los AK-74 es un buen momento para leer algo de este libro. Propongo, que lo hagan abreviadamente, se puede aprovechar leyendo sólo las cien primeras páginas y las cien últimas. Las trescientas intermedias las dejo a la curiosidad de cada uno.


lunes, 8 de marzo de 2010

Las aborteras del Raval

Como salidas de un meublé del barrio Chino para exhibir su sucia piel y sus vergüenzas. Tiznadas en el cuerpo y en la psique por las tintas del eslogan y de la ideología, unas tiorras en fase pubertal han defendido ayer en Barcelona la barra libre de la ley del aborto con calculado exhibicionismo y consciente porneia. No nos debe extrañar. En estos pagos del oeste del continente que antaño fuera Europa, hace un siglo, por lo menos, que aborto y pornografía forman el enlace covalente y bipolar de la cultura de la muerte. Son los dos bornes, el ánodo y el cátodo, del suicido cultural y moral con el que está agonizando esta vieja civilización. La segunda conduce al primero por caminos bastante comprensibles, el primero -el aborto- permite creer que la segunda es irrelevante; ambos terminan mal porque, ya nos lo dijo Mallarme: “La chair est triste, hélas!”

La tías, me niego a calificarlas de otra forma, que ayer en Barcelona enseñaban sus carnes han emprendido sin saberlo un billete de ida al “Ennui désolé”. En un país sin niños, en el que el suicidio es ya la principal causa de muerte no médica (eso que creíamos que sólo pasaba en Suecia) lo que menos necesitamos es a esas manifesteras y los que las jalean. Ignorantes, por no haber entendido ningún libro, corren deprisa hacia la desesperación. Cuando vengan los fracasos afectivos, profesionales, personales, políticos y hasta económicos necesitaran algo más que un eslogan para sobrellevarlo. Cuando descubran que su cuerpo tan suyo ya no interesa a nadie porque se les ha quemado prematuramente el arroz y descubrirán que lo que necesitaban de verdad era la mirada de un hijo para seguir luchando; pero ya será muy tarde: Naufragarán perdidas, sin mástiles, ni fértiles islotes. Y nos daremos colectivamente cuenta de que necesitamos todos, nosotros y ellas, es una “jeune fille qui allaitait (amamanta) son enfant”.



jueves, 25 de febrero de 2010

Que sap vosté per òn es va cap America?

Héctor Oliva Camps: Pasajes a América: La excepcional vida de cinco catalanes en ultramar, Barcelona, RBA, 2007

He de confesar que el subtítulo del libro me resultaba antipático. Por eso lo excluí de las tumultuosas que compras que cada Navidad perpetro entre los anaqueles y las cajas registradoras de El Corte Inglés Diagonal. Ya tenía bastante con Montilla, tebetrés y Carod como para embarcarme en una lectura que exhalaba, a modo de incienso, perfumes de cebolla (çeba) y “butifarra amb mongetas”... Estaba equivocado. Tiene mucho de cebolla, pero también interesantes biografías que resumen con gran agilidad y notable interés el periodista Oliva Camps, quien ha conseguido con este libro una obra de esas que te fuerzan a leerlas de un tirón.

Pasajes a América me ha permitido enterarme de quién fue el Virrey Amat (el del Palau de la Virreina, aunque nunca existió ninguna Virreina). Un vicerrey cuya plaza transité de niño y cuya dirección ostentan los rótulos de una línea de autobuses que tiene parada cerca de la casa de mis padres. Me ha permitido conocer la tarea del marino, geógrafo, cartógrafo y botánico de Malgrat, Félix Cardona i Puig, quien arrastró su catalanismo y las “mongetas” por las selvas caribeñas para explorar la Guayana venezolana, fijar las fronteras de la nación con las limítrofes, clasificar una decena larga de plantas y descubrir picos no vistos por el hombre blanco. Cardona acompañó y orientó el biplano de Jimmy Angel (sin tilde) hasta el Churún Meru (“salto de agua”en lengua pemón) que es como los indígenas conocían a la famosa catarata de un kilómetro de caída que los norteamericanos se apresuraron a bautizar como “Salto de Angel” (sin acento) en clara injusticia con el verdadero descubridor.

Pasajes a América me ha permitido conocer la vida de Bacardí, el del ron, pero sobre todo, me ha mantenido con el alma en vilo mientras leía la increíble inhumanidad de una exnovicia del Sagrado Corazón, exdrogadicta, informadora de dinamiteros anarquistas en atentados contra empresas de su propia familia y divorciada de industrial catalán Pau Mercader. Tal hembra-trueno fue Concepción del Río, la mujer que no dudó en entregar a su hijo Ramón a Kotov y al NKVD para lo que hiciera falta; aunque lo que hiciera falta en este caso fuera encerrarlo veinte años en un penal Mejicano. Cuando Ramón aceptó las sugerencias de su madre, comenzó una operación de navegación desde larga distancia que, por medio de aproximaciones concéntricas y fingimientos que duraron años, tenía que conducirle al despacho de Liev Davidovich Bronstein, más conocido (en honor de su bonachón carcelero de Odessa) por el apodo de Trosky.

Todo lo que rodea la operación de infiltración de Mercader en la intimidad del revolucionario caído, parece extraído de una delirante e inhumana ficción y, sin embargo, para nuestra consternación, ocurrió.

Me ha dejado tan impresionado la lectura que no he parado hasta comprar el bien escrito libro de Leonardo Padura: El hombre que amaba los perros, que vuelve a estudiar el mismo episodio, en este caso a través de los comentarios que el propio Ramón Mercader pudo hacer en La Habana cuando cumplió sus veinte años de condena en el penal de Lecumberri, en de D.F. Padura es cubano, tiene mi edad, ha autofagocitado en hambre su educación marxista, y escribe bien.

Seguramente los gorriones le dedicarán unas líneas.

miércoles, 17 de febrero de 2010

INVICTUS

La película del abuelo Clint, que puesto a dirigir las cámaras nos está saliendo bueno, trata, como casi todo el mundo sabe, del proceso por el que un símbolo del orgullo afrikaaner, (blanco, neerlandés y calvinista); esto es: su equipo de rugby, se transmutó- por la inteligencia y el carisma de un ex-presidiario negro, Nelson Mandela- hasta convertirse en el emblema de una Sudáfrica multirracial y unida con el que podían identificarse los que hasta ayer mismo se enfrentaban a tiros, mazazos, hachazos, estocadas de azagalla e incineración - con collar de neumáticos impregnados en gasolina - de rehenes vivos y maniatados.

En su celda de Rooben, a lo largo de los 27 años que estuvo picando cal, Nelson Mandela fue capaz de descubrir el enorme poder del perdón: La invencible fuerza del perdón podía construir allí donde todo eran incitaciones a la devastación. Lo hizo a pesar de las numerosas humillaciones que detalla en su biografía y que resume, para lectores con prisa, ese gran reportaje de Dominique Lapierre que se titula Un arcoiris en la noche.

Con la asunción del perdón, pudo ofrecer a su nación, dispuesta a desangrarse de nuevo en salvajes conflictos tribales, un futuro en el que todos tenían algo que aportar. Sudáfrica necesitaba que los enemigos de ayer colaborasen. Su ley de “memoria histórica”, presidida por el obispo anglicano Desmod Tutú se basaba en una comisión denominada: "Verdad y Reconciliación". A quienes ayudasen a esclarecer los crímenes no resueltos en los últimos treinta años de guerrilla y represión, se les ofrecía la reconciliación con las nuevas autoridades. Y la formula funcionó. Acudieron policías, chivatos, guerrilleros de múltiples facciones, asesinos a sueldo, espías y liberaron su conciencia en una inmensa catarsis nacional. No faltaron ocasiones las que las revelaciones fueron literalmente insoportables. Los yacimientos de abyección que son capaces de almacenar las almas fanáticas cuando se entregan a combatir “científicamente” a sus enemigos, salieron a la luz como un gigantesco absceso, organizado pos los servicios de seguridad, que había estado pudriendo la hipodermis del país durante décadas. ¡Espeluznante!

Contra todo pronóstico, el resultado no fue una cadena de ajustes de cuentas, (que habrían quedado impunes con gran facilidad en un país padece altísimas tasas de criminalidad) sino el inicio de la reconciliación nacional. No se intentó aplastar a los opresores de ayer, sino de incorporarlos a la construcción de un porvenir. Tal magnanimidad no se ha visto en los últimas paradas de la historia universal.

Todavía es pronto para determinar si la tentativa postrera de ese fallido experimento social llamado "descolonización africana" ha tenido éxito.Muchos problemas aquejan a la república austral: desempleo, ignorancia, tribalismo, delincuencia organizada,... no me siento tentado de echar las campanas al vuelo y de brindar con vino dulce del Veld criado por descedientes de hugonotes franceses. Pero de lo que si estoy seguro, es de que si hubiera en la política nacional medio Mandela para reconciliar a shonas, xosas, afrikaaners y zulúes, dormiría más optimista.

domingo, 7 de febrero de 2010

La recepción de Cayetano Rojas

Un buen amigo me ha regalado un libro en el que Antonio Iglesias Laguna recoge las críticas que publicó en ABC durante los años 1970 y 1971. En el apartado "Novela innovadora", en la página 286, recoge una crítica de la imaginativa novela de Aquilino Duque, La Rueda de fuego, que entonces publicó Planeta (1971) y que en 2005 ha reeditado "rdeditores". Se trata del libro Literatura de España día a día (1970-1971), Madrid, Editora Nacional: ¡Una auténtica rareza con los tiempos que corren!
Para memoria histórica de La Rueda de fuego, del personaje llamado Cayetano Rojas, y de la recepción de ambos, reproduzco el artículo en este espacio de libertad para pájaros urbanas.

La rueda de fuego1 Aquilino Duque

Un buen sistema para realizar una labor literaria de altura es el expatriarse por largas temporadas, sin perder el contacto con el mundo propio mas manteniéndose al margen de sus miserias cotidianas. Hemingway llevó a cabo así parte de su obra. Y Dostoievski. Por no hablar de Thomas Mann. Se gana en distanciamiento, en perspectiva, en lucidez. "Tirano Banderas" no sería la misma novela si Valle-Inclán la hubiese escrito en Méjico. Sería más localista, más colorista, menos honda y paradigmática. Documento histórico en vez de esperpento genial.

Esto sucede también con la narrativa de Aquilino Duque, uno de los narradores jóvenes con más solera dentro de la escuela andaluza. Aquilino Duque, Alfonso Grosso y Ramón Solís, cada uno en su estilo, marcan hoy la pauta a sus camaradas generacionales. Ahora bien, el menos conocido, el menos estudiado de los tres, me parece ser Aquilino Duque, sevillano y viajero infatigable, traductor y antólogo, poeta y novelista. Como antólogo habría que ponerle reparos. La antología "Spanien erzählt”, de Hilde Domin, por él inspirada, no cabe considerarla modélica, más bien lo contrario, aunque recoja nombres importantes. Antología publicada en pleno auge del objetivismo y la novela social. Pese a todo, Hilde Domi señalaba en ella el peligro de los esquematismos y apriorismos en sustitución de la observación discreta de la realidad social. De tal peligro se zafa Aquilino Duque. Su poesía —"La calle de la luna", "El campo de la verdad"— se aparta de la temática del tractor y de la zanahoria y se acerca al onirismo; su novelística —"Operación Marabú", "Los consulados del más allá"- vive en un tiempo mágico donde la realidad importa sólo como semilla de otras realidades posibles, pasadas, presentes y futuras. El novelista parte de la negación del mundo sensorial con objeto de recrearlo a su gusto. "Operación Marabú comienza con estas palabras: "Mi tío Kostka Gaztelu, fiscal que fue de la Audiencia de Sevilla, tenía la habilidad de convertir en mueble, de una maldición, a todo aquel que se le atravesaba... El aparador del comedor, el bargueño del, despacho, el reloj de pesas de la escalera y el paragüero del pasillo eran, respectivamente, el delegado de Hacienda, el capellán real, el cónsul inglés y el decano del Colegio de Abogados." Por otra parte, ya señaló Guillermo Díaz-Plaja el influjo valleinclanesco en la concepción de "Los consulados del más allá", novela que tiene por prolongación de "Baza de espadas".

Si "Los consulados del más allá" revive un lugar y tiempo definidos —el Cádiz entre la "Gloriosa" y don Amadeo—, "La rueda de fuego", última novela del escritor sevillano, lanza su girándula metafórica en el espacio de unos trimestres académicos y en lugares dispares: Inglaterra, Cádiz, Sevilla, Venecia, Nueva Orleáns. Trimestres que también son siglos, lugares que se multiplican. Visión espectral de un Carnaval de sensaciones y sentimientos encontrados; distorsión irónica y lírica de la cotidianidad académica, potenciada y desvirtuada al estilo de los grandes de A. Paul Weber. La magia verbal de Aquilino Duque, su dominio de la metáfora, su ironía que a veces llega al sarcasmo, efectúan el milagro de dar visos de verosimilitud a lo perfectamente ilógico, anormal. El descoyuntamiento de tiempos y conciencias está ejecutado concienzudamente (la novela, tuvo doce años de gestación), con una carga de barroquismo muy andaluz. Lo que Aquilino Duque dice respecto a la Sevilla de la Semana Santa podría aplicarse a su novela: "Porque esta semana sagrada de Sevilla tenía tiempos superpuestos: un tiempo cósmico, un tiempo histórico, un tiempo estético (página 200). Sobre ese tiempo cósmico planea una mano negra, encarnación del Mal, que apaga cirios y, transformada en rayo, abrasa el pie de Harold en la Capilla de Santo Sepulcro.

Si hubiera de buscar un contrapunto pictórico a esta novela, pensaría en El Bosco. Novela grotesca. Como grotescos son los "Caprichos" de Goya: por superación de la realidad, por caricatura de la forma para llegar a las deformaciones del espíritu. Lo grotesco supone una constante de la narrativa moderna. Y también del teatro. En teatro presupone la tragicomedia. Incluso en esto se anticipó Valle-Inclán. Lo tragicómico, lo grotesco, nacen de un sentimiento de frustración, de culpabilidad colectiva, de impotencia ante el destino. Dürrenmatt lo ha visto así y por ello rechaza la culpa en sentido cristiano. "La culpa —dice— existe sólo como realización personal, como hecho religioso; pero nosotros somos hijos del miedo”.

Aquilino Duque, reminiscencias kafkianas aparte, está muy cerca de Gustav Mayrink. "Der Golem" me parece el espejo en que "La rueda de fuego" se mira. Idéntico el tema central: la fisión del yo, la ruptura de la personalidad. Sólo que el juego entre el yo escindido y el cambio continuo de ser, la indecisión entre la vida y el sueño, adquieren mayor dramatismo en " Der Golem”

Aunque el editor anuncie "La rueda de fuego" como “un carrusel de aquelarre", la novela no aterroriza (terror y humor son ingredientes de lo grotesco); divierte más bien, y hay que tomarla como un "divertimento", como un capricho, como un alarde de estilo e ironía, como un ejercicio de virtuoso para saltar las barreras del tiempo, como una intemporalidad encarnada en la presencia constante del Mal, que es constante del relato e intemporal por sí mismo. Pese a haber momentos de gran realisimo en la obra —la descripción de los medios universitarios ingleses, las escenas sevillanas—, Aquilino Duque desrealiza, desdibuja el entorno, al revés que Gustav Meyrink, cuyo "ghetto" de Praga, descrito con exacta crueldad, envuelve en una niebla acongojante el alma confusa del protagonista.

Grotesco viene de "grotta" (gruta), y alude a un estilo ornamental de tiempos de Augusto, cuando, como Vitruvio dice, se prefería decorar con monstruos antes que con imágenes del mundo real. Estilo decorativo redescubierto por el Renacimiento, en sus excavaciones arqueológicas, que motivaría frescos de Pinturicchio y de Rafael, dibujos de Paul Decker. La última derivación arquitectónica del "grottesco" augusteo la tendríamos en Gaudí. "La rueda de fuego" me parece exactamente eso: una galería decorada con monstruos, una gruta poblada de monstruos, no para terror sino para solaz, para evasión de la vulgaridad de las cosas, para entrañamiento en su substrato fenomenológico. El personaje central, Cayetano Rojas, no pretende ser, igual que Golem, más que la representación de sus sueños, la medida de las posibilidades de su fantasía. "Esta tendencia a confundirlo todo, esta facilidad de pasar de una cosa a otra distinta por el sutil (hilo invisible de una abstracta cualidad común a ambas, e impedían aplicarse con provecho a los trabajos que le encomendaban, todos al margen de su interés por ajenos a su fantasía. Vivía, pues, en sueños, inmerso en un mundo de sorpresas y descubrimientos" (pág. 6). Así, desde el inicio de la novela nos movemos en una suprarrealidad. Cayetano Rojas, en metamorfosis continua, sólo tiene una entidad corpórea, aparente; consiste en la inconsistencia de una abstracción, de un ectoplasma a la busca de las raíces del Mal. Sus aventuras amorosas importan poco. Cayetano Rojas existe al mismo tiempo en Dallas, en el Trocadero y en Cádiz; dialoga con sus jefes del Cotton Exchange, con Alfieri y con sus colegas de la guarnición gaditana; vive en el barrio colonial de Nueva Orleáns y se desdobla en su antepasado Andrés Almonester y Rojas,cuya hija Micaela de Pontalba, casada con su primo Xavier Celestin, entra a formar parte de su mundo erótico, al igual que el marido. Los triángulos amorosos formados por Aquilino Duque al galvanizar cadáveres, al dotarlos de una vida ilusoria, contribuyen a eliminar toda sensación de temporalidad, de finitud. Micaela revive, se corporeiza, ama y sufre, miente y peca en el sueño de Cayetano Rojas: "¿Qué era más real, su existencia efectiva y olvidada o la existencia imaginaria que un ser vivo conjuraba en ella?" (pág. 22).

El arte del novelista consigue otorgar verismo a esta espectral vida de los personajes, acentuando los detalles realistas, dando el quiebro del humor, trazando el arabesco de la metáfora cuando el choque entre lo cosificado y lo ficticio, entre lo vivo y lo pintado, convierte en imposible cualquier ilusión de verdad, de existencia humana de los muñecos. Porque muñecos, muñecos de gran guiñol, son todos ellos, y el autor, para señalar esta cualidad, coloca a su lado a las figuras de la comedia del arte. Atento a retrotraemos, del mundo mágico e intemporal, a la vulgaridad cronometrable de tejas abajo, el novelista insiste en las trivialidades de la vida universitaria, abusa de las frases en inglés a fin de situarnos en el ambiente descrito. Y logra, de paso, caricaturas formidables de 1os "Proctors", visiones irónicas de las francachelas universitarias en las chalanas del río, las tascas y los clubs.

Ectoplasma Cayetano Rojas, también constan de fluido mesmérico, de sustancia onírica, los demás entes (“mediums") de la narración. Bridget Glastonbury puede ser una estudiante incorporada "al mundo real de los fantasmas" del héroe, pero al mismo tiempo hace el amor ya muerta, descuelga del abeto las ropas de los licántropos y se le aparece en plan de Gorgona; a Susan Fesca "esposa del señor y moza de partido", vive la disipación juvenil de la Universidad y a la vez enamora a Cayetano, alucinado por sus ojos verdes, "ojos calcinantes que reducían a pavesas el pasado y el porvenir" (pág. 39), que son precisamente verdes porque así los quiso crearla en su fantasía. Otro tanto ocurre con Odile, amante sucesiva de seres vivos y muertos, imaginan reales (Paco Lora, Bennaser, Pontalba), la cual perece en el camarote del barco hundido, rodeada de peces y abrazada al negro Moÿse. Muerte fatal, como la de Micaela, cuya existencia rebasa asimismo los límites temporales.

La zarabanda de brujas, espectros, concupiscencias y reflexiones trascendentes, de impulso vital y demolición onírica, se vuelve vertiginosa con la intervención de otros personajes: Harold, el barón de Pontalba, Tiresias, Tim Tickle, carentes por igual de entidad efectiva. No son sino posibilidades vitales imaginarias del personaje central: Cayetano Rojas. Personaje cuya vida consiste en autonegarse, en desrealizarse, volcado en el mundo sueños. Está hecho, shakesperianamente, de la materia de los sueños y, en consecuencia, desentierra muertos y mata vivos para galvanizarles y desustanciarlos mediante la vida ilusoria que les concede, en apoyo de su evasión mental, próxima a la locura.

Nada de relato tremebundo. "La rueda de fuego" se lee hasta con regocijo. El humor de Aquilino Duque evita lo kafkiano, lo hoffmannesco. Apenas si la mariposa becqueriana aletea un instante en los ojos verdes de Susan. Detalles shakesperianos existen en Bridget. Ahora bien, repito, la novela es un "divertimento", un jugueteo con las posibilidades del ser, con la superación del tiempo y del espacio según pautas de Borges y Lezama Lima, sabiamente asimiladas y convertidas en técnica muy personal. Y, para concluir, insistamos en la flexibilidad del estilo, en la riqueza lexical de Aquilino Duque. Un novelista joven exigente consigo mismo y, por lo mismo, auténtico, auténticamente ensimismado en el mundo de sus sueños.

Antonio Iglesias Laguna: "A B C", 15-VII-71.

1 Editorial Planeta, Barcelona 1971. 286 págs.


sábado, 30 de enero de 2010

Jiménez Lozano y el azul que sobró del cielo

Fiel a su mundo- rústico y castellano-, fiel al habla de sus gentes; en perpetuo “Menosprecio de la Corte y alabanza de la aldea”, este Frey Antonio de Guevara abulense, ex director de periódico y paleto por gusto y elección, vuelve a darnos una puñado de cuentos trabajados al minio como las ilustraciones de un beato lebaniego.
Muchas son las razones para leerle, entre otras, la de que este viejo amigo de Delibes es también fedatario de una porción de España que creímos atemporal y que hoy se nos muere entre giliputados, ipods y playstations: la Castilla rural de viejucas cristianas y sencillas. Un concejo de aldeanas cristalinas y pobres; tan pobres, tan pobres, que por no tener, no tienen ni malicia; aunque esta mercancía, que tan bien abastecido tiene a este planeta, estalle entre sus vidas de ciento a viento.
En El azul sobrante se reviven la felicidad y los dramas de conciencias benditas, se escucha a las ancianas, se distinguen los timbres de las voces mejor que en una grabación, se les ve por la magia de una lengua milagrosa y trasparente: ese tipo de estilo que no se puede imitar por la sencilla razón de que no tiene truco. Muchos amaneceres en el campo, muchos otoños escribiendo junto a un fuego de sarmientos han hecho falta para llegar a escribir así.
Pero no se piense que es un libro de cuentos costumbristas, no faltan en él los guiños culturales, los homenajes y las citas implícitas: al payaso de Kierkegaard, al licenciado Tomás Rodaja, a algunos locos egregios. Personajes de ese libro que se acrecienta leyéndose a sí mismo y que llamamos Literatura, con mayúscula
Dentro de unos pocos años, cuando quienes nos sucedan en esta gran estafa de la vida quieran saber cómo ha sido esa vieja Castilla, tendrán que conocerla en textos de Delibes, de Jiménez Lozano o en un ejecutable made in India para jugar en red. Elijo con fervor a los primeros.
José Jiménez Lozano: El azul sobrante, Madrid, Ediciones Encuentro, 2009

domingo, 24 de enero de 2010

Fabrice Hadjadj y el entusiasmo desaforado

Todo neófito es un entusiasmado descubridor de verdades antiguas. Los neófitos se apasionan con las observancias estrictas y su celo propagandista ignora la mesura. Los neófitos son la juventud de las ideas y el deslumbramiento de la excesiva luz les lanza a empresas ciegas y valientes. Por tales razones guardo contra los neófitos un sentimiento ambivalente de prevención y envidia: Por una parte añoro sus ardores y, por otra, veo que no han concluido -¿quién lo ha hecho? - el ciclo de los hervores necesarios para la maduración.
Fabrice Hadjadj es el ejemplo de lo que puede hacer un neófito judío cuando se pone a leer a Santo Tomás de Aquino. Su extracción es la de cualquiera de nosotros; a saber: origen familiar hebreo, con apellido tunecino y educación francesa, militancia maoísta en la juventud y converso al catolicismo en 1996. Desde esa fecha se ha sumergido con furor en los clásicos de la teología católica y en los escritos de la sucesivas teresas que han alcanzado la santidad: la abulense, la del Niño Jesús, la Benedikta del crematorio de Auswich, la de Calcuta... ; y de otros como San Juan de la Cruz, al que también cita
El resultado ha sido el libro "La fe de los demonios", alabado por Juan Manuel de Prada, que me ha parecido una excelente introducción al cristianismo concebido como lucha contra la propia soberbia.
El libro que comienza queriendo ser un ensayo de teología dogmática; pasa prontamente a la exégesis y de la moral salta a la mística; sin previos avisos ni transiciones; pero con tan buena fortuna que en lugar de salir perjudicado, resulta enriquecido por tal simbiosis de conocimientos. Es un libro desgarrado y doliente. El tipo de obra que escriben las persona que han recorrido de bruces un itinerario cuyo punto de partida fue el de:
Los hijos del 68 y de los “sexy sixties” que han sobrevivido a la desertización espiritual.
Los náufragos del hedonismo y la egolatría.
Los evadidos de las ciénagas del porreterío y demás paraísos letales.
Los desertores del macarrismo, urbano y febril de lunes a domingos noche, tan musteriense y tan High-Tech.
Los prófugos de las cárceles del emotivismo o de la tiranía de la moda.
Todos ellos y, en general, quienes han realizado atormentados viajes espirituales y, tras mendigar de puerta en puerta, han acabado encontrando un hogar en la Iglesia Universal. Todas estas personas se sentirán representadas en la prosa lancinante de Hadjadj.

Por el contrario, deben abstenerse de leerlo:
Los de la SGAE, ya que reclamarían el cobro de la propiedad intelectual de Yahweh o de Pablo de Tarso.
Los “ni-ni” por que no valen ni para entenderlo, ni para ninguna otra cosa.
Los timoratos que se asustan de las palabras gruesas.
Los que no están dispuestos ha dejarse estremecer.
Los que no interpreten las exageraciones, las paradojas y los contrastes -ciertamente sensacionalistas del autor- como lo que son: recursos de la elocución, trucos de una retórica que, a veces, traiciona al autor y le hace escribir impertinencias (¿qué otra cosa cabría esperar de un escritor francés contemporáneo?)
Para los demás, si saben perdonarle el estilo y quieren vivir estando un poco menos seguros de sí mismos, siendo un poco más modestos, algo más comprensivos y, en suma, redescubriendo la importancia de impetrar del cielo la humildad; para todos estos es una buena lectura el libro de Fabrice Hadjadj: La fe de los diablos, Granada, editorial Nuevo Inicio, 2009.

lunes, 11 de enero de 2010

Los talibanes de la tribu de Efraim o Indiana Jones en el paso Kyber

Habitualmente escribo sobre libros que he leído y me parecen dignos de compartir o de rechazar. Hoy lo voy a hacer sobre una noticia que me ha dejado estupefacto.
Leo en la edición digital de abc que el genetista hebreo Carl Skoretzky y la india Chanaz Ali van a analizar el ADN de los pastunes para comprobar si, como dicen las leyendas de este pueblo afgano, salieron de Egipto con Moisés.
Lo que justifica esta, en principio, sorprendente investigación es que en 2005, el Gran Rabinato de Israel -actual- reconoció el origen judío de un grupo étnico vecino, los Lu-Shí, que moran en la región india de Uttar-Pradesh (nombre que parece sacado de una novela artúrica pero que en sánscrito significa, según me he podido enterar ahora mismo, "Las diez tribus").
Uno ha leído, y visto la película, "El hombre que pudo reinar" de Kipling; ha leído alguna cosa -lo confieso con rubor- de Vittorio Massimo Manfredi sobre legiones romanas perdidas en Afganistán, y ha leído algún artículo -y visto fotos- sobre las ciudades helenísticas que dejó Alejandro cuando se casó con Roxana y dejó allí algunos falangistas (con perdón) para que le pacificaran la región a punta de sarisa. Pero esto sobrepasa con mucho mi capacidad de fabulación. ¡Cuántas "arcas de la Alianza", "templos malditos", secretos salomónicos o santos griales, tribus perdidas del Reino del Norte -o Israel histórico- no se podrán filmar en las arideces de Herat o del Waziristan!
Por lo demás, en virtud de la solidaridad hebrea inter-espacial, inter-temporal, inter-generacional, inter-racial e inter-economí(c)a; podría dar lugar a geniales reclamaciones de territorio o de nacionalidad. Por ejemplo: sería maravilloso que se diera la nacionalidad israelí a todos los pastunes; y a continuación declararlo parte del Estado de Israel. Así, podrían retirarse los asqueados soldados occidentales y dejar que se apañen entre ellos. También cesaría el apoyo de Bin Laden y Al Qaida a los belicosos pastunes pues, de golpe y porrazo se los descubriría jugando en el equipo contrario. El mullah Omar viviría en un país con la bomba atómica y cada madrasa podría convertirse en una yeshivah. ¡Cuántos problemas talmúdicos no suscitarían estos hebreo-islámicos, mil veces peores que los coraítas del siglo XII, a quienes Maimónides consideraba justo azotarlos hasta la muerte si no se retractaban de su tesis de la "sola scriptura" (sine Talmud nec rabbinim)!
Hago votos para que, por una vez, la leyenda y la realidad tengan una base empírica porque: cosas veremos, Sancho, ...

domingo, 10 de enero de 2010

Evelyn Waugh: Saint Edmund Campion: Priest and Martyr

En 1935, después de un viaje a Sudamérica y antes de reincorporarse a su fecunda labor de corresponsal en Abisinia, Arthur Evelyn St John Waugh escribió esta hagiografía sobre un mártir que le precedió, en el lejano año de 1560, tanto en la Universidad de Oxford como en la conversión a la fe de la única Iglesia fundada por Cristo; decisión siempre difícil en una Inglaterra prejuiciada y hostil al obispo de Roma.

Ambos compartían ̶a pesar de la distancia de los siglos ̶ una latinidad forjada en Cicerón y Tito Livio, ambos se codearon con los asteroides del Parlamento, ambos fueron leales súbditos de su monarca, ambos arriesgaron la vida por su nación (Waugh, con Randolf Churchill, en las trincheras partisanas de Yugoslavia); ambos se negaron a “hacer carrera política” y ambos dejaron en herencia prosas memorables que honran la lengua inglesa y alegran el espíritu de quien los lee. Waugh, a quién tan fácil le resultaba satirizar a cualquiera, destila en este libro su admiración por el jesuita santo; pienso no hubo en el siglo XX pluma más idónea contar la vida Edmundo Campión que la del autor de esta obra. La crueldad y la violencia de aquellos años, el servilismo de los cortesanos, la heroica resistencia de los fieles y leales hijos de la sede de Pedro, merecen ser evocados, recordados, admirados.

Este libro presta un buen servicio a la causa de esos mártires, y, si se compra en la página web de Criteria Libros, se adquiere a buen precio.

Rafael Díaz Riera