sábado, 30 de enero de 2010

Jiménez Lozano y el azul que sobró del cielo

Fiel a su mundo- rústico y castellano-, fiel al habla de sus gentes; en perpetuo “Menosprecio de la Corte y alabanza de la aldea”, este Frey Antonio de Guevara abulense, ex director de periódico y paleto por gusto y elección, vuelve a darnos una puñado de cuentos trabajados al minio como las ilustraciones de un beato lebaniego.
Muchas son las razones para leerle, entre otras, la de que este viejo amigo de Delibes es también fedatario de una porción de España que creímos atemporal y que hoy se nos muere entre giliputados, ipods y playstations: la Castilla rural de viejucas cristianas y sencillas. Un concejo de aldeanas cristalinas y pobres; tan pobres, tan pobres, que por no tener, no tienen ni malicia; aunque esta mercancía, que tan bien abastecido tiene a este planeta, estalle entre sus vidas de ciento a viento.
En El azul sobrante se reviven la felicidad y los dramas de conciencias benditas, se escucha a las ancianas, se distinguen los timbres de las voces mejor que en una grabación, se les ve por la magia de una lengua milagrosa y trasparente: ese tipo de estilo que no se puede imitar por la sencilla razón de que no tiene truco. Muchos amaneceres en el campo, muchos otoños escribiendo junto a un fuego de sarmientos han hecho falta para llegar a escribir así.
Pero no se piense que es un libro de cuentos costumbristas, no faltan en él los guiños culturales, los homenajes y las citas implícitas: al payaso de Kierkegaard, al licenciado Tomás Rodaja, a algunos locos egregios. Personajes de ese libro que se acrecienta leyéndose a sí mismo y que llamamos Literatura, con mayúscula
Dentro de unos pocos años, cuando quienes nos sucedan en esta gran estafa de la vida quieran saber cómo ha sido esa vieja Castilla, tendrán que conocerla en textos de Delibes, de Jiménez Lozano o en un ejecutable made in India para jugar en red. Elijo con fervor a los primeros.
José Jiménez Lozano: El azul sobrante, Madrid, Ediciones Encuentro, 2009

domingo, 24 de enero de 2010

Fabrice Hadjadj y el entusiasmo desaforado

Todo neófito es un entusiasmado descubridor de verdades antiguas. Los neófitos se apasionan con las observancias estrictas y su celo propagandista ignora la mesura. Los neófitos son la juventud de las ideas y el deslumbramiento de la excesiva luz les lanza a empresas ciegas y valientes. Por tales razones guardo contra los neófitos un sentimiento ambivalente de prevención y envidia: Por una parte añoro sus ardores y, por otra, veo que no han concluido -¿quién lo ha hecho? - el ciclo de los hervores necesarios para la maduración.
Fabrice Hadjadj es el ejemplo de lo que puede hacer un neófito judío cuando se pone a leer a Santo Tomás de Aquino. Su extracción es la de cualquiera de nosotros; a saber: origen familiar hebreo, con apellido tunecino y educación francesa, militancia maoísta en la juventud y converso al catolicismo en 1996. Desde esa fecha se ha sumergido con furor en los clásicos de la teología católica y en los escritos de la sucesivas teresas que han alcanzado la santidad: la abulense, la del Niño Jesús, la Benedikta del crematorio de Auswich, la de Calcuta... ; y de otros como San Juan de la Cruz, al que también cita
El resultado ha sido el libro "La fe de los demonios", alabado por Juan Manuel de Prada, que me ha parecido una excelente introducción al cristianismo concebido como lucha contra la propia soberbia.
El libro que comienza queriendo ser un ensayo de teología dogmática; pasa prontamente a la exégesis y de la moral salta a la mística; sin previos avisos ni transiciones; pero con tan buena fortuna que en lugar de salir perjudicado, resulta enriquecido por tal simbiosis de conocimientos. Es un libro desgarrado y doliente. El tipo de obra que escriben las persona que han recorrido de bruces un itinerario cuyo punto de partida fue el de:
Los hijos del 68 y de los “sexy sixties” que han sobrevivido a la desertización espiritual.
Los náufragos del hedonismo y la egolatría.
Los evadidos de las ciénagas del porreterío y demás paraísos letales.
Los desertores del macarrismo, urbano y febril de lunes a domingos noche, tan musteriense y tan High-Tech.
Los prófugos de las cárceles del emotivismo o de la tiranía de la moda.
Todos ellos y, en general, quienes han realizado atormentados viajes espirituales y, tras mendigar de puerta en puerta, han acabado encontrando un hogar en la Iglesia Universal. Todas estas personas se sentirán representadas en la prosa lancinante de Hadjadj.

Por el contrario, deben abstenerse de leerlo:
Los de la SGAE, ya que reclamarían el cobro de la propiedad intelectual de Yahweh o de Pablo de Tarso.
Los “ni-ni” por que no valen ni para entenderlo, ni para ninguna otra cosa.
Los timoratos que se asustan de las palabras gruesas.
Los que no están dispuestos ha dejarse estremecer.
Los que no interpreten las exageraciones, las paradojas y los contrastes -ciertamente sensacionalistas del autor- como lo que son: recursos de la elocución, trucos de una retórica que, a veces, traiciona al autor y le hace escribir impertinencias (¿qué otra cosa cabría esperar de un escritor francés contemporáneo?)
Para los demás, si saben perdonarle el estilo y quieren vivir estando un poco menos seguros de sí mismos, siendo un poco más modestos, algo más comprensivos y, en suma, redescubriendo la importancia de impetrar del cielo la humildad; para todos estos es una buena lectura el libro de Fabrice Hadjadj: La fe de los diablos, Granada, editorial Nuevo Inicio, 2009.

lunes, 11 de enero de 2010

Los talibanes de la tribu de Efraim o Indiana Jones en el paso Kyber

Habitualmente escribo sobre libros que he leído y me parecen dignos de compartir o de rechazar. Hoy lo voy a hacer sobre una noticia que me ha dejado estupefacto.
Leo en la edición digital de abc que el genetista hebreo Carl Skoretzky y la india Chanaz Ali van a analizar el ADN de los pastunes para comprobar si, como dicen las leyendas de este pueblo afgano, salieron de Egipto con Moisés.
Lo que justifica esta, en principio, sorprendente investigación es que en 2005, el Gran Rabinato de Israel -actual- reconoció el origen judío de un grupo étnico vecino, los Lu-Shí, que moran en la región india de Uttar-Pradesh (nombre que parece sacado de una novela artúrica pero que en sánscrito significa, según me he podido enterar ahora mismo, "Las diez tribus").
Uno ha leído, y visto la película, "El hombre que pudo reinar" de Kipling; ha leído alguna cosa -lo confieso con rubor- de Vittorio Massimo Manfredi sobre legiones romanas perdidas en Afganistán, y ha leído algún artículo -y visto fotos- sobre las ciudades helenísticas que dejó Alejandro cuando se casó con Roxana y dejó allí algunos falangistas (con perdón) para que le pacificaran la región a punta de sarisa. Pero esto sobrepasa con mucho mi capacidad de fabulación. ¡Cuántas "arcas de la Alianza", "templos malditos", secretos salomónicos o santos griales, tribus perdidas del Reino del Norte -o Israel histórico- no se podrán filmar en las arideces de Herat o del Waziristan!
Por lo demás, en virtud de la solidaridad hebrea inter-espacial, inter-temporal, inter-generacional, inter-racial e inter-economí(c)a; podría dar lugar a geniales reclamaciones de territorio o de nacionalidad. Por ejemplo: sería maravilloso que se diera la nacionalidad israelí a todos los pastunes; y a continuación declararlo parte del Estado de Israel. Así, podrían retirarse los asqueados soldados occidentales y dejar que se apañen entre ellos. También cesaría el apoyo de Bin Laden y Al Qaida a los belicosos pastunes pues, de golpe y porrazo se los descubriría jugando en el equipo contrario. El mullah Omar viviría en un país con la bomba atómica y cada madrasa podría convertirse en una yeshivah. ¡Cuántos problemas talmúdicos no suscitarían estos hebreo-islámicos, mil veces peores que los coraítas del siglo XII, a quienes Maimónides consideraba justo azotarlos hasta la muerte si no se retractaban de su tesis de la "sola scriptura" (sine Talmud nec rabbinim)!
Hago votos para que, por una vez, la leyenda y la realidad tengan una base empírica porque: cosas veremos, Sancho, ...

domingo, 10 de enero de 2010

Evelyn Waugh: Saint Edmund Campion: Priest and Martyr

En 1935, después de un viaje a Sudamérica y antes de reincorporarse a su fecunda labor de corresponsal en Abisinia, Arthur Evelyn St John Waugh escribió esta hagiografía sobre un mártir que le precedió, en el lejano año de 1560, tanto en la Universidad de Oxford como en la conversión a la fe de la única Iglesia fundada por Cristo; decisión siempre difícil en una Inglaterra prejuiciada y hostil al obispo de Roma.

Ambos compartían ̶a pesar de la distancia de los siglos ̶ una latinidad forjada en Cicerón y Tito Livio, ambos se codearon con los asteroides del Parlamento, ambos fueron leales súbditos de su monarca, ambos arriesgaron la vida por su nación (Waugh, con Randolf Churchill, en las trincheras partisanas de Yugoslavia); ambos se negaron a “hacer carrera política” y ambos dejaron en herencia prosas memorables que honran la lengua inglesa y alegran el espíritu de quien los lee. Waugh, a quién tan fácil le resultaba satirizar a cualquiera, destila en este libro su admiración por el jesuita santo; pienso no hubo en el siglo XX pluma más idónea contar la vida Edmundo Campión que la del autor de esta obra. La crueldad y la violencia de aquellos años, el servilismo de los cortesanos, la heroica resistencia de los fieles y leales hijos de la sede de Pedro, merecen ser evocados, recordados, admirados.

Este libro presta un buen servicio a la causa de esos mártires, y, si se compra en la página web de Criteria Libros, se adquiere a buen precio.

Rafael Díaz Riera