Fiel a su mundo- rústico y castellano-, fiel al habla de sus gentes; en perpetuo “Menosprecio de la Corte y alabanza de la aldea”, este Frey Antonio de Guevara abulense, ex director de periódico y paleto por gusto y elección, vuelve a darnos una puñado de cuentos trabajados al minio como las ilustraciones de un beato lebaniego.
Muchas son las razones para leerle, entre otras, la de que este viejo amigo de Delibes es también fedatario de una porción de España que creímos atemporal y que hoy se nos muere entre giliputados, ipods y playstations: la Castilla rural de viejucas cristianas y sencillas. Un concejo de aldeanas cristalinas y pobres; tan pobres, tan pobres, que por no tener, no tienen ni malicia; aunque esta mercancía, que tan bien abastecido tiene a este planeta, estalle entre sus vidas de ciento a viento.
En El azul sobrante se reviven la felicidad y los dramas de conciencias benditas, se escucha a las ancianas, se distinguen los timbres de las voces mejor que en una grabación, se les ve por la magia de una lengua milagrosa y trasparente: ese tipo de estilo que no se puede imitar por la sencilla razón de que no tiene truco. Muchos amaneceres en el campo, muchos otoños escribiendo junto a un fuego de sarmientos han hecho falta para llegar a escribir así.
Pero no se piense que es un libro de cuentos costumbristas, no faltan en él los guiños culturales, los homenajes y las citas implícitas: al payaso de Kierkegaard, al licenciado Tomás Rodaja, a algunos locos egregios. Personajes de ese libro que se acrecienta leyéndose a sí mismo y que llamamos Literatura, con mayúscula
Dentro de unos pocos años, cuando quienes nos sucedan en esta gran estafa de la vida quieran saber cómo ha sido esa vieja Castilla, tendrán que conocerla en textos de Delibes, de Jiménez Lozano o en un ejecutable made in India para jugar en red. Elijo con fervor a los primeros.
José Jiménez Lozano: El azul sobrante, Madrid, Ediciones Encuentro, 2009
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