domingo, 7 de febrero de 2010

La recepción de Cayetano Rojas

Un buen amigo me ha regalado un libro en el que Antonio Iglesias Laguna recoge las críticas que publicó en ABC durante los años 1970 y 1971. En el apartado "Novela innovadora", en la página 286, recoge una crítica de la imaginativa novela de Aquilino Duque, La Rueda de fuego, que entonces publicó Planeta (1971) y que en 2005 ha reeditado "rdeditores". Se trata del libro Literatura de España día a día (1970-1971), Madrid, Editora Nacional: ¡Una auténtica rareza con los tiempos que corren!
Para memoria histórica de La Rueda de fuego, del personaje llamado Cayetano Rojas, y de la recepción de ambos, reproduzco el artículo en este espacio de libertad para pájaros urbanas.

La rueda de fuego1 Aquilino Duque

Un buen sistema para realizar una labor literaria de altura es el expatriarse por largas temporadas, sin perder el contacto con el mundo propio mas manteniéndose al margen de sus miserias cotidianas. Hemingway llevó a cabo así parte de su obra. Y Dostoievski. Por no hablar de Thomas Mann. Se gana en distanciamiento, en perspectiva, en lucidez. "Tirano Banderas" no sería la misma novela si Valle-Inclán la hubiese escrito en Méjico. Sería más localista, más colorista, menos honda y paradigmática. Documento histórico en vez de esperpento genial.

Esto sucede también con la narrativa de Aquilino Duque, uno de los narradores jóvenes con más solera dentro de la escuela andaluza. Aquilino Duque, Alfonso Grosso y Ramón Solís, cada uno en su estilo, marcan hoy la pauta a sus camaradas generacionales. Ahora bien, el menos conocido, el menos estudiado de los tres, me parece ser Aquilino Duque, sevillano y viajero infatigable, traductor y antólogo, poeta y novelista. Como antólogo habría que ponerle reparos. La antología "Spanien erzählt”, de Hilde Domin, por él inspirada, no cabe considerarla modélica, más bien lo contrario, aunque recoja nombres importantes. Antología publicada en pleno auge del objetivismo y la novela social. Pese a todo, Hilde Domi señalaba en ella el peligro de los esquematismos y apriorismos en sustitución de la observación discreta de la realidad social. De tal peligro se zafa Aquilino Duque. Su poesía —"La calle de la luna", "El campo de la verdad"— se aparta de la temática del tractor y de la zanahoria y se acerca al onirismo; su novelística —"Operación Marabú", "Los consulados del más allá"- vive en un tiempo mágico donde la realidad importa sólo como semilla de otras realidades posibles, pasadas, presentes y futuras. El novelista parte de la negación del mundo sensorial con objeto de recrearlo a su gusto. "Operación Marabú comienza con estas palabras: "Mi tío Kostka Gaztelu, fiscal que fue de la Audiencia de Sevilla, tenía la habilidad de convertir en mueble, de una maldición, a todo aquel que se le atravesaba... El aparador del comedor, el bargueño del, despacho, el reloj de pesas de la escalera y el paragüero del pasillo eran, respectivamente, el delegado de Hacienda, el capellán real, el cónsul inglés y el decano del Colegio de Abogados." Por otra parte, ya señaló Guillermo Díaz-Plaja el influjo valleinclanesco en la concepción de "Los consulados del más allá", novela que tiene por prolongación de "Baza de espadas".

Si "Los consulados del más allá" revive un lugar y tiempo definidos —el Cádiz entre la "Gloriosa" y don Amadeo—, "La rueda de fuego", última novela del escritor sevillano, lanza su girándula metafórica en el espacio de unos trimestres académicos y en lugares dispares: Inglaterra, Cádiz, Sevilla, Venecia, Nueva Orleáns. Trimestres que también son siglos, lugares que se multiplican. Visión espectral de un Carnaval de sensaciones y sentimientos encontrados; distorsión irónica y lírica de la cotidianidad académica, potenciada y desvirtuada al estilo de los grandes de A. Paul Weber. La magia verbal de Aquilino Duque, su dominio de la metáfora, su ironía que a veces llega al sarcasmo, efectúan el milagro de dar visos de verosimilitud a lo perfectamente ilógico, anormal. El descoyuntamiento de tiempos y conciencias está ejecutado concienzudamente (la novela, tuvo doce años de gestación), con una carga de barroquismo muy andaluz. Lo que Aquilino Duque dice respecto a la Sevilla de la Semana Santa podría aplicarse a su novela: "Porque esta semana sagrada de Sevilla tenía tiempos superpuestos: un tiempo cósmico, un tiempo histórico, un tiempo estético (página 200). Sobre ese tiempo cósmico planea una mano negra, encarnación del Mal, que apaga cirios y, transformada en rayo, abrasa el pie de Harold en la Capilla de Santo Sepulcro.

Si hubiera de buscar un contrapunto pictórico a esta novela, pensaría en El Bosco. Novela grotesca. Como grotescos son los "Caprichos" de Goya: por superación de la realidad, por caricatura de la forma para llegar a las deformaciones del espíritu. Lo grotesco supone una constante de la narrativa moderna. Y también del teatro. En teatro presupone la tragicomedia. Incluso en esto se anticipó Valle-Inclán. Lo tragicómico, lo grotesco, nacen de un sentimiento de frustración, de culpabilidad colectiva, de impotencia ante el destino. Dürrenmatt lo ha visto así y por ello rechaza la culpa en sentido cristiano. "La culpa —dice— existe sólo como realización personal, como hecho religioso; pero nosotros somos hijos del miedo”.

Aquilino Duque, reminiscencias kafkianas aparte, está muy cerca de Gustav Mayrink. "Der Golem" me parece el espejo en que "La rueda de fuego" se mira. Idéntico el tema central: la fisión del yo, la ruptura de la personalidad. Sólo que el juego entre el yo escindido y el cambio continuo de ser, la indecisión entre la vida y el sueño, adquieren mayor dramatismo en " Der Golem”

Aunque el editor anuncie "La rueda de fuego" como “un carrusel de aquelarre", la novela no aterroriza (terror y humor son ingredientes de lo grotesco); divierte más bien, y hay que tomarla como un "divertimento", como un capricho, como un alarde de estilo e ironía, como un ejercicio de virtuoso para saltar las barreras del tiempo, como una intemporalidad encarnada en la presencia constante del Mal, que es constante del relato e intemporal por sí mismo. Pese a haber momentos de gran realisimo en la obra —la descripción de los medios universitarios ingleses, las escenas sevillanas—, Aquilino Duque desrealiza, desdibuja el entorno, al revés que Gustav Meyrink, cuyo "ghetto" de Praga, descrito con exacta crueldad, envuelve en una niebla acongojante el alma confusa del protagonista.

Grotesco viene de "grotta" (gruta), y alude a un estilo ornamental de tiempos de Augusto, cuando, como Vitruvio dice, se prefería decorar con monstruos antes que con imágenes del mundo real. Estilo decorativo redescubierto por el Renacimiento, en sus excavaciones arqueológicas, que motivaría frescos de Pinturicchio y de Rafael, dibujos de Paul Decker. La última derivación arquitectónica del "grottesco" augusteo la tendríamos en Gaudí. "La rueda de fuego" me parece exactamente eso: una galería decorada con monstruos, una gruta poblada de monstruos, no para terror sino para solaz, para evasión de la vulgaridad de las cosas, para entrañamiento en su substrato fenomenológico. El personaje central, Cayetano Rojas, no pretende ser, igual que Golem, más que la representación de sus sueños, la medida de las posibilidades de su fantasía. "Esta tendencia a confundirlo todo, esta facilidad de pasar de una cosa a otra distinta por el sutil (hilo invisible de una abstracta cualidad común a ambas, e impedían aplicarse con provecho a los trabajos que le encomendaban, todos al margen de su interés por ajenos a su fantasía. Vivía, pues, en sueños, inmerso en un mundo de sorpresas y descubrimientos" (pág. 6). Así, desde el inicio de la novela nos movemos en una suprarrealidad. Cayetano Rojas, en metamorfosis continua, sólo tiene una entidad corpórea, aparente; consiste en la inconsistencia de una abstracción, de un ectoplasma a la busca de las raíces del Mal. Sus aventuras amorosas importan poco. Cayetano Rojas existe al mismo tiempo en Dallas, en el Trocadero y en Cádiz; dialoga con sus jefes del Cotton Exchange, con Alfieri y con sus colegas de la guarnición gaditana; vive en el barrio colonial de Nueva Orleáns y se desdobla en su antepasado Andrés Almonester y Rojas,cuya hija Micaela de Pontalba, casada con su primo Xavier Celestin, entra a formar parte de su mundo erótico, al igual que el marido. Los triángulos amorosos formados por Aquilino Duque al galvanizar cadáveres, al dotarlos de una vida ilusoria, contribuyen a eliminar toda sensación de temporalidad, de finitud. Micaela revive, se corporeiza, ama y sufre, miente y peca en el sueño de Cayetano Rojas: "¿Qué era más real, su existencia efectiva y olvidada o la existencia imaginaria que un ser vivo conjuraba en ella?" (pág. 22).

El arte del novelista consigue otorgar verismo a esta espectral vida de los personajes, acentuando los detalles realistas, dando el quiebro del humor, trazando el arabesco de la metáfora cuando el choque entre lo cosificado y lo ficticio, entre lo vivo y lo pintado, convierte en imposible cualquier ilusión de verdad, de existencia humana de los muñecos. Porque muñecos, muñecos de gran guiñol, son todos ellos, y el autor, para señalar esta cualidad, coloca a su lado a las figuras de la comedia del arte. Atento a retrotraemos, del mundo mágico e intemporal, a la vulgaridad cronometrable de tejas abajo, el novelista insiste en las trivialidades de la vida universitaria, abusa de las frases en inglés a fin de situarnos en el ambiente descrito. Y logra, de paso, caricaturas formidables de 1os "Proctors", visiones irónicas de las francachelas universitarias en las chalanas del río, las tascas y los clubs.

Ectoplasma Cayetano Rojas, también constan de fluido mesmérico, de sustancia onírica, los demás entes (“mediums") de la narración. Bridget Glastonbury puede ser una estudiante incorporada "al mundo real de los fantasmas" del héroe, pero al mismo tiempo hace el amor ya muerta, descuelga del abeto las ropas de los licántropos y se le aparece en plan de Gorgona; a Susan Fesca "esposa del señor y moza de partido", vive la disipación juvenil de la Universidad y a la vez enamora a Cayetano, alucinado por sus ojos verdes, "ojos calcinantes que reducían a pavesas el pasado y el porvenir" (pág. 39), que son precisamente verdes porque así los quiso crearla en su fantasía. Otro tanto ocurre con Odile, amante sucesiva de seres vivos y muertos, imaginan reales (Paco Lora, Bennaser, Pontalba), la cual perece en el camarote del barco hundido, rodeada de peces y abrazada al negro Moÿse. Muerte fatal, como la de Micaela, cuya existencia rebasa asimismo los límites temporales.

La zarabanda de brujas, espectros, concupiscencias y reflexiones trascendentes, de impulso vital y demolición onírica, se vuelve vertiginosa con la intervención de otros personajes: Harold, el barón de Pontalba, Tiresias, Tim Tickle, carentes por igual de entidad efectiva. No son sino posibilidades vitales imaginarias del personaje central: Cayetano Rojas. Personaje cuya vida consiste en autonegarse, en desrealizarse, volcado en el mundo sueños. Está hecho, shakesperianamente, de la materia de los sueños y, en consecuencia, desentierra muertos y mata vivos para galvanizarles y desustanciarlos mediante la vida ilusoria que les concede, en apoyo de su evasión mental, próxima a la locura.

Nada de relato tremebundo. "La rueda de fuego" se lee hasta con regocijo. El humor de Aquilino Duque evita lo kafkiano, lo hoffmannesco. Apenas si la mariposa becqueriana aletea un instante en los ojos verdes de Susan. Detalles shakesperianos existen en Bridget. Ahora bien, repito, la novela es un "divertimento", un jugueteo con las posibilidades del ser, con la superación del tiempo y del espacio según pautas de Borges y Lezama Lima, sabiamente asimiladas y convertidas en técnica muy personal. Y, para concluir, insistamos en la flexibilidad del estilo, en la riqueza lexical de Aquilino Duque. Un novelista joven exigente consigo mismo y, por lo mismo, auténtico, auténticamente ensimismado en el mundo de sus sueños.

Antonio Iglesias Laguna: "A B C", 15-VII-71.

1 Editorial Planeta, Barcelona 1971. 286 págs.


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