Héctor Oliva Camps: Pasajes a América: La excepcional vida de cinco catalanes en ultramar, Barcelona, RBA, 2007
He de confesar que el subtítulo del libro me resultaba antipático. Por eso lo excluí de las tumultuosas que compras que cada Navidad perpetro entre los anaqueles y las cajas registradoras de El Corte Inglés Diagonal. Ya tenía bastante con Montilla, tebetrés y Carod como para embarcarme en una lectura que exhalaba, a modo de incienso, perfumes de cebolla (çeba) y “butifarra amb mongetas”... Estaba equivocado. Tiene mucho de cebolla, pero también interesantes biografías que resumen con gran agilidad y notable interés el periodista Oliva Camps, quien ha conseguido con este libro una obra de esas que te fuerzan a leerlas de un tirón.
Pasajes a América me ha permitido enterarme de quién fue el Virrey Amat (el del Palau de la Virreina, aunque nunca existió ninguna Virreina). Un vicerrey cuya plaza transité de niño y cuya dirección ostentan los rótulos de una línea de autobuses que tiene parada cerca de la casa de mis padres. Me ha permitido conocer la tarea del marino, geógrafo, cartógrafo y botánico de Malgrat, Félix Cardona i Puig, quien arrastró su catalanismo y las “mongetas” por las selvas caribeñas para explorar la Guayana venezolana, fijar las fronteras de la nación con las limítrofes, clasificar una decena larga de plantas y descubrir picos no vistos por el hombre blanco. Cardona acompañó y orientó el biplano de Jimmy Angel (sin tilde) hasta el Churún Meru (“salto de agua”en lengua pemón) que es como los indígenas conocían a la famosa catarata de un kilómetro de caída que los norteamericanos se apresuraron a bautizar como “Salto de Angel” (sin acento) en clara injusticia con el verdadero descubridor.
Pasajes a América me ha permitido conocer la vida de Bacardí, el del ron, pero sobre todo, me ha mantenido con el alma en vilo mientras leía la increíble inhumanidad de una exnovicia del Sagrado Corazón, exdrogadicta, informadora de dinamiteros anarquistas en atentados contra empresas de su propia familia y divorciada de industrial catalán Pau Mercader. Tal hembra-trueno fue Concepción del Río, la mujer que no dudó en entregar a su hijo Ramón a Kotov y al NKVD para lo que hiciera falta; aunque lo que hiciera falta en este caso fuera encerrarlo veinte años en un penal Mejicano. Cuando Ramón aceptó las sugerencias de su madre, comenzó una operación de navegación desde larga distancia que, por medio de aproximaciones concéntricas y fingimientos que duraron años, tenía que conducirle al despacho de Liev Davidovich Bronstein, más conocido (en honor de su bonachón carcelero de Odessa) por el apodo de Trosky.
Todo lo que rodea la operación de infiltración de Mercader en la intimidad del revolucionario caído, parece extraído de una delirante e inhumana ficción y, sin embargo, para nuestra consternación, ocurrió.
Me ha dejado tan impresionado la lectura que no he parado hasta comprar el bien escrito libro de Leonardo Padura: El hombre que amaba los perros, que vuelve a estudiar el mismo episodio, en este caso a través de los comentarios que el propio Ramón Mercader pudo hacer en La Habana cuando cumplió sus veinte años de condena en el penal de Lecumberri, en de D.F. Padura es cubano, tiene mi edad, ha autofagocitado en hambre su educación marxista, y escribe bien.
Seguramente los gorriones le dedicarán unas líneas.
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