domingo, 24 de enero de 2010

Fabrice Hadjadj y el entusiasmo desaforado

Todo neófito es un entusiasmado descubridor de verdades antiguas. Los neófitos se apasionan con las observancias estrictas y su celo propagandista ignora la mesura. Los neófitos son la juventud de las ideas y el deslumbramiento de la excesiva luz les lanza a empresas ciegas y valientes. Por tales razones guardo contra los neófitos un sentimiento ambivalente de prevención y envidia: Por una parte añoro sus ardores y, por otra, veo que no han concluido -¿quién lo ha hecho? - el ciclo de los hervores necesarios para la maduración.
Fabrice Hadjadj es el ejemplo de lo que puede hacer un neófito judío cuando se pone a leer a Santo Tomás de Aquino. Su extracción es la de cualquiera de nosotros; a saber: origen familiar hebreo, con apellido tunecino y educación francesa, militancia maoísta en la juventud y converso al catolicismo en 1996. Desde esa fecha se ha sumergido con furor en los clásicos de la teología católica y en los escritos de la sucesivas teresas que han alcanzado la santidad: la abulense, la del Niño Jesús, la Benedikta del crematorio de Auswich, la de Calcuta... ; y de otros como San Juan de la Cruz, al que también cita
El resultado ha sido el libro "La fe de los demonios", alabado por Juan Manuel de Prada, que me ha parecido una excelente introducción al cristianismo concebido como lucha contra la propia soberbia.
El libro que comienza queriendo ser un ensayo de teología dogmática; pasa prontamente a la exégesis y de la moral salta a la mística; sin previos avisos ni transiciones; pero con tan buena fortuna que en lugar de salir perjudicado, resulta enriquecido por tal simbiosis de conocimientos. Es un libro desgarrado y doliente. El tipo de obra que escriben las persona que han recorrido de bruces un itinerario cuyo punto de partida fue el de:
Los hijos del 68 y de los “sexy sixties” que han sobrevivido a la desertización espiritual.
Los náufragos del hedonismo y la egolatría.
Los evadidos de las ciénagas del porreterío y demás paraísos letales.
Los desertores del macarrismo, urbano y febril de lunes a domingos noche, tan musteriense y tan High-Tech.
Los prófugos de las cárceles del emotivismo o de la tiranía de la moda.
Todos ellos y, en general, quienes han realizado atormentados viajes espirituales y, tras mendigar de puerta en puerta, han acabado encontrando un hogar en la Iglesia Universal. Todas estas personas se sentirán representadas en la prosa lancinante de Hadjadj.

Por el contrario, deben abstenerse de leerlo:
Los de la SGAE, ya que reclamarían el cobro de la propiedad intelectual de Yahweh o de Pablo de Tarso.
Los “ni-ni” por que no valen ni para entenderlo, ni para ninguna otra cosa.
Los timoratos que se asustan de las palabras gruesas.
Los que no están dispuestos ha dejarse estremecer.
Los que no interpreten las exageraciones, las paradojas y los contrastes -ciertamente sensacionalistas del autor- como lo que son: recursos de la elocución, trucos de una retórica que, a veces, traiciona al autor y le hace escribir impertinencias (¿qué otra cosa cabría esperar de un escritor francés contemporáneo?)
Para los demás, si saben perdonarle el estilo y quieren vivir estando un poco menos seguros de sí mismos, siendo un poco más modestos, algo más comprensivos y, en suma, redescubriendo la importancia de impetrar del cielo la humildad; para todos estos es una buena lectura el libro de Fabrice Hadjadj: La fe de los diablos, Granada, editorial Nuevo Inicio, 2009.

1 comentario: