La confesión de culpabilidad de
Francisco Carromero Barrios, obtenida en el interior en una sede de
la Seguridad cubana y su posterior juicio por “homicidio” son
asombrosamente parecidas a otras confesiones obtenidas en un régimen
muy similar al cubano (y con consecuencias fácilmente predecibles).
Me refiero a las Zinoviev, Kamenev, Bujarin y cuarenta mil rusos,
alemanes, polacos y húngaros más.
En 1991 la Federación Rusa explicó en
qué condiciones se arrancaron semejantes “admisiones de
culpabilidad”. Por si algún lector lo ignora o lo ha olvidado,
reseño que –así está reconocido universalmente-- se obtuvieron
mediante torturas, amenazas a los familiares o promesas de indulto,
y, una vez obtenidas, se utilizaron para ejecutar a los detenidos sin
causar inquietud en el resto de la población. La importancia de los
reos (héroes de la Revolución en la mayoría de los casos) hacía
necesaria una justificación ante la opinión pública. Por eso, el
camarada Dzhugashvily (vulgo Stalin) se ocupó de airear aquellos
“errores” antes de deshacerse de sus oponentes.
Si pensamos un momento con la lógica
del “papaíto”, la mera existencia de un juicio por homicidio al
turista español Carromero Barrios desautoriza la versión ofrecida
sobre la muerte de Osvaldo Payá.
No creo que Francisco Carromero (¡pobre
ingenuo!) sea un gran peligro para el fracasado régimen cubano; por
el contrario sí puede ser un pretexto para la represión de los
opositores.
¿Quién lo iba a decir? Los
comisarios Yagoda y Laurenti Beria todavía viven, hablan español y
residen en La Habana.
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