jueves, 22 de octubre de 2009

Magda Szabó y el mal que no quiero

Magda Szabó es una escritora húngara nacida en Debrecen en 1917 y fallecida en 2007, supongo que en esa misma ciudad natal, de la que no es un tópico decir que era amada por la autora. No lo es, no porque le dedicara, a modo de guía turístico-literaria uno de sus 48 libros; sino porque procedía de una familia de pastores calvinistas y Debrecen es la “Roma calvinista” de las llanuras magiares: La iglesia de Debrecen es el templo reformado más grande de esa parte de Europa, su gimnasium confesional, uno de los más prestigiosos del país, su universidad, hoy Lajos Kossuth (en honor al líder independentista de 1848 que hizo de ese municipio la capital del territorio sublevado) comenzó siendo una facultad de teología protestante. En las tres instituciones se formó la autora que se graduó en Filología Latina y Magiar en 1940 y en el internado protestante de la ciudad trabajó hasta 1945.

Aparte de su labor como novelista, esta mujer también ha desempeñado cargos de responsabilidad en la estructura protestante de su país. No es de extrañar, pues que en sus narraciones exista una, a veces soterrada, pero muchas veces manifiesta, presencia de mitos clásicos y voces y temas bíblicos.

La Szabó me tiene gratamente impresionado tras la lectura de las dos novelas que se pueden encontrar en español: La puerta y La balada de Iza. Adelanto aquí que son tragedias con molde de novela. Tienen fuerza descriptiva, tensión argumental, contraste de caracteres y personajes memorables, de esos que no te dejan indiferente. La lectura de ambas novelas pueda llegar doler, lo que no es posible es dejar de terminarlas porque atrapan al lector en las primeras cincuenta páginas (que es un crédito razonable que se puede conceder a un autor).

Aviso a los cibernavegantes que no deben confundirla con la pintora canadiense parónima, pues la última no acentúa la o final. Por lo demás, el apellido Szabó debe ser común en Hungría, ya que he encontrado tres novelistas y poetas (Lazsló, Pal y Desző) con ese mismo apellido, amén de un cineasta llamado István Szabó que, casualmente, filmó una novela de Magda. Lamento que esté fuera de mis conocimientos establecer una posible relación entre todos ellos.

Uno de los datos biográficos que se le quedan a uno grabados a fuego es que en 1947 a esta autora le retiraron su primer premio de poesía, el Baumgarten, el mismo día que se lo entregaban. Poco después de la ceremonia se presentó un funcionario del gobierno se lo reclamó. Unos meses más tarde la expulsaban de su trabajo en el Ministerio de Asuntos Religiosos y Educación. Gobernaba el país Mátyás Rákosi, corrían los tiempos de la “vigilancia”, inteligente operación que consistía - simplificando- en expulsar de la estructura del estado a todos los “enemigos de la clase obrera” y sustituirlos por albañiles semialfabetizados. La autora, poseedora de una titulación universitaria, pertenecía, por eso mismo, al grupo social humillable y -como no podía ser menos- se quedó acompañando en el paro a su marido, traductor.

El matrimonio sobrevivió porque aún quedaban en la puszta escuelas rurales vacías. Quizás hubieran terminado sus días ordeñando vacas y fabricando ese rico emmental húngaro, si la esposa no se hubiera lanzado a escribir la elogiada novela Fresco que le valió el Premio Attila Josif en 1958. (Lo cual es como decir que le conceden el – es un suponer- “Premio Rafael Alberti” convocado por PCE a José Manuel de Prada) ¿Qué había pasado entre tanto para que las autoridades envainaran? Pues nada más y nada menos que 2.500 muertos (aprox. 800 soviéticos), 13.000 heridos, 26.000 detenidos, 350 fusilados. El país se lamía las heridas de octubre de 1956 y los nuevos dirigentes se daban cuenta que no podía volver descarnadamente a los tiempos de Rákosi. Por su parte, la Szabó, evitó en el futuro enfrentarse abiertamente al sistema y se limitó, que no es poco, a dejar que la realidad se colara entre las páginas de sus novelas. Pronto conoció el éxito, una de sus novela Abigail la filmó la televisión húngara, otra se ha llevado al cine y en una nación tan bibliófila como la magiar, cuatro de sus libros están entre los cien más vendidos.

Después de leer lo poco que le han publicado en nuestra lengua, y tras cotejar algunos textos suyos traducidos al inglés, le dedico esta frase de San Pablo que parece reflejar en fatum de las protagonistas: “No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero”. A veces, sin desearlo, hacemos sufrir a los que amamos.

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