sábado, 15 de agosto de 2009

Barteleby en La Alcarria

Fustigado por los gritos de "¡Holgazán!" con los que me distingue Marmotino, y angustiado por la amenaza de no volver a probar el arroz con gambones -que tan bien se cuece en "La madriguera"-; vengo hoy a (d)escribir por qué no escribo.
Para exponer las profundas razones de la agrafía, este pájaro necesita mencionar a H. Melville y a su relato Barteleby el escribiente, personaje que, a cada tarea que se le proponía, se le solicitaba e incluso se le ordenaba, contestaba con un escuálido: "Preferiría no hacerlo".
Este "escribiente que no escribe" ha sido reutilizado por E. Vila-Matas en el ensayo Barteleby y Compañía (Anagrama, 1999) para indagar las razones que llevan a algunos escritores al silencio o a dejar de redactar en una fecha bastante distinta a la del óbito.
Esta semana, es decir, ayer y hoy, he buceado en ese "libro de eixemplos por abc" que es el estudio de Vila-Matas para intentar dar con alguna razón "pretextable"; con algo que, en fin, disimule la pereza y recubra sus vergüenzas con una gasa intelectualoide. Para mi suerte he encontrado dos sólidas razones que justifican el no escribir.
La primera de ellas consiste en alegar que uno ha chocado con el "nouveau roman" francés de los sesenta y con la semiótica y la crítica literaria gala de los sestenta y ochenta. Efectivamente, todo el mundo comprende que si uno lee a Robbe Grillet en su etapa más "chosiste" y después se chuta un cocktail de Roland Barthes y Julia Kristieva mezclados con unas gotas de Lacan o de "deconstructivismo" (Derrida); se le mueran de asco las ganas de seguir escribiendo.
Para redactar se necesitan algunas gotas de optimismo o, si se quiere, de ingenuidad: la ingenuidad de pensar que lo que escribes va a significar lo que tu crees que significa. Pero si viene uno de esos tipos formados en las "filosofías de la sospecha" o en lo que Harold Bloom llama la "escuela del resentimiento", y te leen; lo mínimo que te puede pasar es que descubran que en realidad, estás expresando tus prejuicios de ... (clase, cultura, sexo, raza, ideología, europeocentrismo, etc., rellene usted lo que más le convenga). Si ocurre eso, apaga y vámonos, porque te ha caído una infamia que te va a sobrevivir.
La segunda buena razón para dejar de escribir es la que expone el Premio Nobel jamaicano Derek Walcott en su poema Volcano: convertirse en "el mejor lector del mundo".
Desgraciadamente, ambas razones son poco creíbles en mi caso. La primera porque nadie que me conozca acepta, en estado de sobriedad, que este gorrionazo haya aguantado más de quince minutos a Derrida. La segunda, porque para convertirme en ese lector del que habla Walcott, tendría que asumir unas palabras de Schopenhauer que cito, más que nada, para seguir saqueando el libro de Vila-Matas (página 153):
"Los libros malos son un veneno intelectual que destruye el espíritu. Y porque la mayoría de las personas, en lugar de leer lo mejor que se ha producido en diferentes épocas, se limitan a leer las últimas novedades, los escritores se reducen al círculo estrecho de las ideas en circulación, y el público se hunde cada vez más profundamente en el propio fango"
Que cada uno medite para sí.

P.D.: Marmota, ¿con esto tengo derecho a otro arroz?

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