El ciudadano Krzyżanowsky (léase Lliyanofski) nacido en Kiev en 1887 y fallecido en Moscú en 1950, soportó muchas desgracias en la vida, la primera de ellas ser polaco, católico y abogado en el Kiev de los años veinte del siglo pasado; la segunda la de ser culto: hacer juegos de palabras en seis lengua vivas y en latín, leer directamente a los maestros extranjeros, traducir a Chesterton y a Bernard Shaw, tales ocurrencias y otras similares, le valieron del director de una revista literaria la lapidaria condena: "Usted nos ofende con su cultura". Pero no acaban aquí las desdichas que llevaron a la "muerte civil" a este narrador (poeta, director de actores, periodista y ensayista); no debemos olvidar que cultivó una filosofía del espíritu a lo Berdaiev, que se aficionó al cine y que quiso escribir, como Valle-Inclán en sus últimos años, una prosa vanguardista que sincopara los tempos y el espacio, como los sincopaba el espasmódico cine de la época. ¡Malas aficiones en tiempos de Zhanov! Pero su última y definitiva desgracia fue la pretensión – ¡ridícula, ridícula, ridícula! – de tener sentido del humor, en la Rusia del primer "Gosplan": un humor satírico y sarcástico que estaba absolutamente fuera de lugar en la "Patria de los trabajadores". Lo escribió Gorki, en el informe de 1934 en el que desaconsejaba la publicación del cuento El marcapáginas:
“Me parece que en nuestros días, cuando todo el mundo vive con el presentimiento de una gran y desconocida catástrofe, la vanilocuencia maliciosa está fuera de lugar, incluso en el caso de que fuera sincera.
(…) Por eso pienso que las obras del ciudadano Krzyżanowsky difícilmente encontraran editor, y si lo encuentran, entonces, sin duda deformaran algunos jóvenes cerebros, y esto último, ¿acaso hace falta?"
Con semejante recomendación tuvo que ganarse las papillas de kasha y la sopa borsh durante el resto de su inexistente existencia – literariamente hablando – mediante la aplicación de su ingenio a letras de canciones patrióticas, a libretos operísticos que adaptaban clásicos de la literatura rusa, a la redacción alguna esporádica crónica, a la crítica de estrenos teatrales y dirigiendo actores del Estudio Hebreo.
Ventajas de no existir
El informe del gran sátrapa del realismo socialista lo había mandado literalmente a la insignificancia literaria. Pero la insignificancia también tiene sus ventajas, entre otras, las de esquivar el gulag y poder vivir una amargada pero real existencia hasta 1950. Por el contrario, al sátrapa se lo llevó la gripe, junto con sus dos enfermeros que fallecieron a la misma fecha, hora y habitación, dos años más tarde, en 1936. Gripes tan virulentas como la de Gorki, que provocaban orificios de entrada y de salida, hubo unas cuantas en la URSS hasta fechas relativamente recientes.
Mientras tanto, Krzyżanowsky seguía escribiendo sin ninguna esperanza de publicar. Su obra "seria", los ensayos, los cuentos, las novelas, los almacenaba su mujer en casa y hasta el 2001 no han conocido la imprenta.
Aprés la mort, le succés.
Ahora todo son elogios, se le llama: el Borges de Moscú, el Swift del Arbat (se trasladó a vivir a esa calle que da nombre a todo un barrio, número 44, habitáculo,“kvartira”, 5, con ocho metros cuadrados habitables y ventana). Ahora, la Rusia culturalmente activa celebra que Vadim Perel'muter haya dedicado treinta años de su vida a recolectar la dispersa obra de este escritor tan incomprendido como genial, y los españoles podemos celebrar que Siruela haya traducido e impreso una colección de cuentos titulada: La nieve roja. De esa colección recomiendo a mis lectores tres relatos: El codo sin morder, Marcapáginas y La hulla amarilla. Este último podría aplicarse a la España de Zapatero. Cuando lo lean, descubrirán por qué.
Leida "la hulla amarilla" STOP
ResponderEliminarIMPRESIONANTE STOP
Parace mentira que se escribiese en 1939 STOP
Queremos mas STOP
Abrazotes FIN
Tomo nota de La Nieve Roja. La nota anima a la lectura. Feliz Año.
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