No he podido disfrutar de la fiesta que la villa de Madrid ha celebrado hoy, “por ser la Virgen de la Muralla” (en árabe vulgar y castizo, el cheli del árabe: Almudena). Sin embargo, no por eso he dejado de acordarme de la aparición cuasi milagrosa de la imagen de la Señora; que tuvo a bien desplomar el trozo de muralla que la ocultaba sobre un rebaño de lameculos que daba la bienvenida al rey don Alfonso VI, allá por el 1086, con la esperanza puesta, seguramente, en una subdirección general. El pergamino que se levantó para dar fe de tan sorprendente -y oportuna -aparición lo firmaron Ruy Díaz de Vivar, el rey Alfonso y otros nobles algo menos mimados por la épica castellana; y se conserva en buen estado y recaudo en los archivos del arzobispado madrileño.
Por aquellas travesuras de Clío, quien, a veces, gusta de jugar a las adivinanzas; en tal fecha como hoy cayó el Muro de la Vergüenza, y los histriones de la cosa pública se arrejuntan esta tarde “Ünter der Tilen” con objeto de celebrarlo y hacerse unas fotos.
Como Kennedy, “Ich bin ein berliner” (“Soy un berlinés”), y lo he festejado con la novela El Conspirador, de Humphrey Slater. Una historia que llevaron a la pantalla Elisabeth y Robert Taylor en los lejanos años cincuenta.
La novelita la ha publicado Galaxia Gutemberg, es breve y demoledora con la burocracia del NKVD y con el espionaje soviético. La crítica es tan dura que más de uno podría pensar que el autor está haciendo propaganda barata; yo también lo creería si ignorara que Slater pagó muy caro, tal vez con su vida, el poder formular abiertamente tales críticas. Escritor y pintor abstracto, nacido en Sudáfrica en 1906, fue reclutado en los años treinta por el Partido Comunista y, como tanto jóvenes de Cambridge, luchó en la Brigadas Internacionales en las que alcanzó el grado de capitán, al mando de una batería anticarro. Su experiencia en la “Guerra de España” debería haberle promocionado dentro del Cuerpo de Oficiales de Reserva (R.O.C.) durante la Segunda Guerra Mundial, pero como era un conocido comunista, sus superiores lo mantuvieron apartado de cualquier posibilidad de ascenso. Al ser desmovilizado mantuvo su militancia durante algún tiempo, viviendo como el conspirador de su novela, hasta que, finalmente, cortó con el Partido, su burocracia, y su fanatismo.
De su experiencia en España, salió la novela Los herejes, de la que espero hablar próximamente, y de su militancia El Conspirador.
Algo de este país debió llegar muy hondo en las entrañas de Slater porque volvió a visitarnos con intención de redactar sus memorias, inacabadas, y morirse sorpresivamente en Valencia en 1958.
Como homenaje dejo esta cita que bien merece una reflexión:
“La crueldad casi sobrehumana de la Revolución impresionó a Desmond y le llenó de un temor reverente, casi religioso, que forjó y afianzó su lealtad”
(El Conspirador, página 79)
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