Ayer comenté la novela de Humphrey Slater El conspirador, hoy quiero dedicar unas líneas a Los herejes.
El libro lo leí empujado por la crítica del mismo que se hacía en las páginas de Libertad digital. Hoy hago público mi propósito de no volver a fiarme de semejante criterio, pues la he hallado insolvente e innecesaria. La novela en cuestión tiene dos partes bien diferenciadas. La primera se desarrolla en Avignon a comienzo del siglo XIII y narra una histérica -y sórdida- caza de albigenses que termina con la venta de los huérfanos como esclavos en los mercados de Alejandría. En esos capítulos iniciales, la jerarquía eclesiástica auna incompetencia con fanatismo y la descripción de sus miembros, criterios morales y actuaciones políticas, merecería figurar en un curso de anticatolicismo acelerado patrocinado por el Gran Oriente del Rito Escocés Antiguo y Reformado. La segunda parte de la novela transcurre durante la Guerra Civil Española, en la que combaten los protagonistas, tres amigos británicos y un coronel español. El libro termina con el exilio republicano, en Avignon. Cuando los últimos huérfanos de la novela se bañan en las orillas del Ródano al igual que hicieron los niños del capítulo primero, la mente del lector ya ha identificado a los inquisidores deshumanizados de la Edad Media con los estalinistas del S.I.M. y su caza de “desviacionistas!” (disidentes, trosquistas, anarquistas), en un peligroso juego político en el que tanto la lealtad absoluta de los militantes de base, como la mínima diferencia con la línea oficial del Partido, pueden llevarlos al cadalso.
Históricamente, tiene muchas inexactitudes e incorrecciones. Si nos guiásemos por la pluma de este escritor británico nacido en Sudáfrica, llegaríamos a la conclusión de que en nuestra guerra civil combatieron soldados de todas las nacionalidades menos de la española. Tal vez por su condición de brigadista internacional, el autor se mantuvo apartado del contacto real con la leva española, y vivió los tres años de campaña en una burbuja angloparlante. Las páginas más vivas y, sin duda, las mejores, son las que narran las acciones de una batería anticarro en la batalla de Brunete. En esos párrafos, en los que la biografía del autor coincide con la del protagonista, se aprecia un aire testimonial que las hace sinceras, veraces. Desgraciadamente, no aporta nada nuevo, uno ha leído relatos más espeluznantes de ambos episodios.
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