Otro de Ángel Esteban del Campo:
Apaños menores en paños menores
Uno de los temas candentes estos días es qué vamos a hacer con nuestros menores, que adquieren en ocasiones una “madurez” vertiginosa y peligrosísima para hacer el mal. Se habla sobre la conveniencia o no de rebajar la edad penal, la edad para ingresar en prisión o privar de libertad a un individuo, de sus consecuencias positivas (retirar a un violador de un posible campo de acción) y negativas (encerrar a un mocoso de trece años puede acabar con la integración del menor para toda la vida, que se presume larga), se habla de la naturaleza y finalidad de los castigos, etc.
Pero pocas veces se mete el dedo en la llaga. Eso significa preguntarse: ¿por qué un chico de once años es capaz de cometer esas barbaridades? Yo echo la vista atrás y veo que todos los desmanes que he cometido en mi vida, que han sido muchos, nunca fueron antes de la adolescencia tardía. No es un tópico típico decir que la educación hace treinta años era mucho mejor que la actual: los padres eran otros (aunque hubieran sido educados en el severo, represor y aburrido franquismo), los maestros y los planes de estudio eran otros (aunque hubieran sido emanados de leyes franquistas). Todo esto es políticamente incorrecto decirlo, y a estos dedos que han escrito cientos de páginas contra las dictaduras, puede ahora cualquier pelagatos decirle que son unos fascistas por defender la educación de los sesenta y setenta, pero es la verdad de la verdad. Cuando yo tenía doce o trece años, mi mayor perversión era hacer trampas en el fútbol o en el escondite, o rebanarle las colas a las lagartijas, y un profesor era un espacio sagrado, inviolable, y un padre era alguien digno de respeto, y una niña era una compañera de juegos.
Creo que la solución a esos problemas actuales está mucho más en el fondo: equivocados modelos de educación, equivocados modelos de sociedad, equivocados modelos de familia, falsos conceptos de libertad, falsos conceptos de trato a los hijos, a los que no se puede ni tocar, ni rozar, ni asustar, ni incomodar, vaya a ser que se traumaticen y, sobre todo, abrirle la puerta de la casa al enemigo, a través de la televisión e internet. Un niño no tiene criterio para saber qué está bien o mal, y una película, un juego o un comic con sexo o violencia van a dejar una huella en su mente cuyas consecuencias no podemos llegar a prevenir. A la tele y al ordenador hay que ponerle, hasta cierta edad, unos horarios y un acceso restringido, porque nos jugamos no sólo la estabilidad familiar, sino una reata de conflictos sociales de alcance planetario.
La diferencia entre un progre de ahora y uno del siglo XX es que ahora ya sabemos a donde conducen sus estupideces...
ResponderEliminarEl 17 de octubre inauguro el curso en la San Pablo CEU de Bormujos con una conferencia sobre Cien años de política educativa en España.
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