jueves, 30 de julio de 2009

El tercero de Ángel Esteban

Ídolos rotos
Hace unos días me refería al problema de los menores depravados, con los que no sabemos qué hacer. Y estimaba que la única manera de arreglar el problema era mediante una sana y esmerada educación, donde padres y profesores tienen que recuperar el prestigio de antaño. Pero existe un peligro, demoledor, en la (de)formación de los niños: los falsos ídolos. Menos mal que el destino, la casualidad y el espíritu cervantino y machadiano nos coloca delante gente magnífica como Alberto Contador, Miguel Induráin, Rafa Nadal, Iker Casillas o Andrés Iniesta, que demuestran que todavía es posible un mundo mejor, pero deberíamos hacer mucho énfasis en lo que yace escondido detrás del oropel del éxito: el esfuerzo, la constancia, la honestidad, la sencillez, la simpatía, la generosidad de todos ellos. Los niños de hoy quieren ganar el Tour pero sin padecer el calor y el frío, simplemente presionando unas teclas de la Play Station. Y eso en el mejor de los casos. Porque la sociedad, muy a menudo, nos obliga a tomar como ídolos a seres deleznables en su condición moral
No entiendo, por ejemplo, todo el show mediático que ha habido en torno a Michael Jackson. Debo reconocer que tengo discos de él, que me parece un magnífico cantante, un insuperable bailarín y un compositor excelente. Pero también debo decir que es un atentado contra la dignidad humana los cientos de horas que se han dedicado a glosar sus perjúmenes. Por una razón muy sencilla: es nocivo no sólo para los niños, sino para toda la sociedad, sugerirlo como modelo de hombre, como víctima, como héroe, etc., cuando todos sabemos que era sospechoso de pederastia, y que su obsesión por dormir constantemente con niños, incluso pagando, era enfermiza, por no hablar de peores adicciones. Decía Platón que el arte y la literatura no deben ofrecer ejemplos negativos y perniciosos de la vida, ni siquiera para denunciar el horror, porque inducen al mal comportamiento. Al revés, la literatura y el arte deberían manifestar modelos de buena conducta, porque así el hombre puede imitarlos. Platón defiende que la belleza está estrechamente ligada a la bondad y a la virtud, y debe servirlas para conseguir la perfección de los individuos y la sociedad. Independientemente del acierto o no de Platón en esos juicios, lo que sí es verdad es que si los medios de comunicación nos machacan con figuras que en lo humano son más o menos esperpénticas (Pocholo, Falete), el común de los mortales tendemos a ver eso como lo “normal”, y nuestra percepción de lo viable se escora hacia patrones nefastos.

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